17 julio 2016

El trenecito - #CorredorMediterráneo


Recién estrenado el año 2009 Alberto Fabra, Rita Barberá y Sonia Castedo, entonces alcalde y alcaldesas de Castelló, Valencia y Alicante, se reunieron en la capital de La Plana para exigir al gobierno de Rodríguez Zapatero la construcción inmediata del corredor mediterráneo que debía conectarnos con Europa y la llegada de la alta velocidad ferroviaria al País Valenciano. Vicente Rambla, Ricardo Costa y Mario Flores completaban la fotografía de esa cumbre reivindicativa contra el Gobierno que "castiga a los valencianos porque el PP gobierna sus instituciones". No viene al caso recordar las trayectorias políticas y judiciales de estos próceres popularistas, aun cuando no conviene olvidar a qué dedicaban su tiempo y sus desvelos en aquellos años de vino y rosas. Javier Moliner, a la sazón vicealcalde de Castelló, seguía la estela de sus jefes politicos y se apuntaba, a golpe de titulares, al discurso oficial de que Zapatero no quería esa infraestructura obsesionado como estaba con amargar la vida a la gente de esta tierra.

Lo cierto es que a esas alturas el Gobierno de España estaba negociando con la Comisión Europea la inclusión del corredor ferroviario mediterráneo entre las redes estratégicas del sistema europeo de  trasportes, a fin de corregir el dramático error cometido por el gobierno de Aznar que supuso su exclusión en 2003. A mediados de 2011 Fomento tenía un plan temporizado para el desarrollo de las actuaciones en el corredor y la previsión de la financiación que debía venir de Europa. 

Y lo cierto, también, es que en 2010 la alta velocidad llegaba a Valencia y el tiempo de viaje en tren directo de Castelló a Madrid pasaba de casi cinco horas a menos de tres. Y que las actuaciones sobre el tramo Vandellòs-Tarragona, esencial para garantizar nuestra conectividad con Cataluña y Francia, estaban ya avanzadas. Todo ello en un contexto económico muy difícil.

En 2012 el nuevo gobierno de Rajoy volvió a sembrar dudas en Bruselas sobre nuestro corredor. Después llegó el tercer carril, el caos en el servicio de cercanías entre Castelló y Valencia y el deterioro galopante de las conexiones con Barcelona. El pasado mes de marzo la ministra de Fomento, Ana Pastor, en plena campaña electoral seguía prometiendo que este verano trenes AVE llegarían a La Plana. Enésima promesa incumplida. No es de extrañar, pues, que esta misma semana la ministra, pasadas ya las elecciones, renunciara a poner fecha a esa llegada.

A estas alturas nadie sabe bien qué nos espera y qué queda del corredor mediterráneo de mercancías. O quizás sí. Sí que sabemos que las comarcas castellonenses no van a salir bien paradas de la decisión del gobierno de Rajoy de introducir el tercer carril en lugar de una plataforma diferenciada para la alta velocidad de pasajeros. Sabemos que el actual trazado entre Valencia y Castelló no es ni va a ser de alta velocidad y que los trenes AVE que lleguen lo harán con la misma velocidad que los actuales Alvia. Ni el radio de las curvas ni las oscilaciones de nivel lo van a permitir. Es curioso que quienes hace cinco años ridiculizaban la reducción en un 40 por ciento del tiempo de viaje a o desde Madrid ahora enloquezcan con la supuesta rebaja de un cuarto de hora.

Sabemos, sí, que la línea C6, los cercanías que prestan servicio a miles de usuarios y usuarias cada día, verá mermada su calidad. Bien en sus frecuencias, bien en el tiempo empleado en el viaje. Si, como venden Pastor y sus corifeos aquí, la inversión en el tercer carril se hace para compatibilizar sobre un mismo trazado el tráfico de mercancías, cercanías y largo recorrido de pasajeros a alta velocidad la conclusión es fácil de imaginar: o seguirán siendo testimoniales los convoyes de mercancías, o se minorará el servicio de cercanías, o no habrá alta velocidad. Todo a la vez sobre la misma plataforma, ya saturada en la actualidad, es inviable.

¿Se imaginan a Moliner convocando hoy a Fabra, Barberá, Castedo, Rambla, Costa y Flores para exigir a Rajoy el corredor mediterráneo? No, me temo que no. Todos han volado. Sólo queda él.


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