05 octubre 2017

Babel, el sueño de unos libreros decentes

Este texto recoge mi intervención en el acto de inauguración de la sede de la la librería Babel en la calle Alcalde Tárrega de Castelló, el 3 de abril de 1998. En 2017 Babel cumple 25 años al servicio de la sociedad castellonense.

Buenas tardes:

No voy a ser original en la apertura de esta charla. Me siento muy satisfecho de participar en el acto inaugural del FORO-BABEL. Es evidente que no concurren en mí méritos suficientes para compartir tribuna con el Rector Romero en un acto de este tipo.

Sin duda, la amistad que desde hace más de 15 años me une con Pere Duch y Lledó Beltrán ha tenido algo que ver en mi intervención aquí esta tarde-noche. 15 años en los que, con asombro siempre desbordado, he sido testigo de su extraordinaria fuerza creadora, de su capacidad para aunar voluntades e impulsar proyectos que conjugaran empresa y cultura. Vocacionales empresarios culturales, han entendido siempre la promoción de la cultura desde el irrenunciable compromiso con su sociedad y su tiempo. Y así ha sido: desde aquella pequeña Tres i Ratlla de la calle Carcaixent hasta la nueva Babel inaugurada durante esta semana.

Se arriesgaron en 1986 cuando abrieron la entrañable Faristol. Sufrieron el acoso de cierta derecha irredenta por la afrenta que suponía ofrecer a sus clientes sólo libros en catalán. Supieron avanzar y en 1992 se embarcaron, haciéndose rodear de un buen grupo de amigos, en la aventura que suponía Babel. Seis años después nos ofrecen esta maravillosa tienda de cultura. Mucho trabajo, enormes dosis de creatividad y una inteligente comprensión del papel y el lugar del librero en la sociedad explican esta trayectoria. FORO-BABEL constituye, probablemente, la esencia, el fruto licuado de lo que Pere y Lledó entienden debe ofrecer una librería en los albores del siglo XXI: un espacio cultural de reflexión e intercambio, un lugar de comunicación y tolerancia. Y no les falta razón.

Vivimos en un momento de crisis. Crisis en la concepción gramsciana del término: un período de quiebra de referentes en el que agoniza lo viejo sin que lo nuevo acierte a definir sus trazas esenciales. Quienes creemos en la igualdad y en la justicia social, en el progreso de los pueblos, en la capacidad de los hombres y las mujeres para construir su futuro hemos visto en pocos años cómo se tambaleaban certezas consideradas irrefutables. 

En este magma crítico si hay un elemento que nos dibuja, siquiera sea difusamente, los caracteres de la sociedad emergente es INTERNET. La red de redes es el símbolo del mundo globalizado, de un mercado mundial en el que el capital financiero, ajeno al control del poder político, avanza a la velocidad de la luz. Joaquín Estefanía dice que “es la simbolización más ortodoxa, con los mercados financieros, del capitalismo del siglo XXI. Del poscapitalismo.” Bien, pero Internet es también un potentísimo instrumento de comunicación transcultural, una ventana abierta a ingentes recursos culturales, una potencial palanca de transformación y democratización de nuestras sociedades, un paso adelante en el necesario cese de nuestra suicida agresión al entorno natural: depende de que en ello trabajemos quienes creemos en el progreso hacia una sociedad razonable; de lo contrario, es cierto, esa misma potencia, esa fuerza puede ser dirigida a aniquilar la disidencia o eliminar la diferencia.

Libreros y libreras, claro está, no son ajenos a esta realidad. Necesitan, necesitamos todos que redefinan su papel como agentes culturales activos, como dinamizadores de su entorno social. El librero es un trabajador-empresario de la cultura, un animador, un hacedor de cultura: ya no sirve el librero intermediario entre el lector y el editor. Si, como es legítimo, aspira a hacer competitiva su empresa, a maximizar sus beneficios, a responder acertadamente a los muchos retos que ha de afrontar deberá cualificar su oferta, convertir su local comercial en un espacio dinámico en torno a la cultura libraria. Y en ese proceso, inevitablemente, habrá de tomar conciencia del lugar que ocupa en las enormes transformaciones que están experimentando las industrias culturales y de la comunicación.

Hoy la telemática nos permite acceder a servicios de libros en venta con cientos de miles, millones de títulos en catálogo: un simple “click”, un número de tarjeta de crédito y podemos comprar cuanto nos interese sin salir de casa o desde nuestro puesto de trabajo. Servidores como Amazon o BookWire ponen a nuestro alcance millones de monografías y un sinfín de servicios complementarios. Hay cientos de revistas especializadas editadas electrónicamente y millones de datos, informes y escritos médicos, biográficos, históricos, sociológicos o químicos a la espera de que los carguemos en nuestro ordenador. Un número en expansión geométrica de obras de referencia son accesibles vía Internet: diccionarios, enciclopedias, anuarios... Miles de periódicos diarios nos ofrecen ya su edición electrónica. Ni siquiera los clásicos del pensamiento y de la cultura se escapan de este proceso de digitalización masiva: obras de Marx, Engels, Shakespeare, Cervantes, Cicerón, Tomás de Aquino... están en el dominio público cibernético.

Cuando a finales del siglo pasado dos bibliógrafos belgas, Paul Otlet y Henry Lafontaine, lanzaron la idea de una biblioteca universal difícilmente podían imaginar lo que hoy tenemos a nuestro alcance.
Hemos inventado vehículos más rápidos, eficaces y baratos de transmitir el saber. La velocidad del desarrollo científico-técnico actual convierte en obsoletas las publicaciones científicas tradicionales antes de salir a la luz. Los investigadores médicos, bioquímicos, físicos... disponen ya de canales para transmitir a la comunidad científica mundial, en tiempo real, el curso de sus actuaciones. Y, sin duda, de una forma mucho más económica. Estoy convencido que las especies amenazadas de los bosques amazónicos, indonesios, siberianos o subsaharianos nos agradecerán que hayamos encontrado soportes documentales mucho menos agresivos con ellas que el papel.

El libro impreso no desaparecerá en nuestro horizonte generacional. Al menos así lo deseo. Es, sin duda, uno de los más identificativos símbolos de nuestro acervo cultural, de nuestra forma de ver y entender el mundo. Pero no debemos caer en el fetichismo, en la sacralización de un instrumento que nos resulta tan próximo. Durante milenios prosperaron grandes civilizaciones que desconocían el papel y la imprenta. Hace menos de dos mil años que empezó a utilizarse un soporte escriptóreo similar al papel en la China y menos de 900 de su introducción en Occidente; y no fue hasta hace poco más de 550 años cuando saliera del taller de Gutemberg el primer libro impreso.

Desde entonces la cultura impresa se expandió lenta pero inexorablemente, arrinconando formas de transmisión oral. Ahora puede ocurrir que el libro impreso sea víctima de las nuevas circunstancias históricas. El desarrollo del audiovisual dió el pistoletazo de salida de un proceso que no conviene dramatizar. El libro es vehículo de libertad, es cierto. Pero no seamos olvidadizos: con tinta negra sobre papel blanco publicó Hitler su Mein Kampf; negro sobre blanco estudiaron generaciones de españoles que el rojo Azaña era un demonio; negro sobre blanco plasmaron en sus códigos legales los blancos surafricanos la insultante discriminación de la mayoría negra.

Aquí, en este Foro vamos a disfrutar de una apasionante programación cultural: presentaciones de libros, conferencias, audiciones musicales, muestras pictóricas... Es más que probable que todas ellas se compendien en un producto audiovisual antes de hacerlo en un libro. Babel asume con este Foro, sin perder su condición de comercio librario, el activismo cultural que debe tener una librería de su entidad. Complétese esto con nuevos servicios bibliográficos, con todo aquello que la haga eonómica y socialmente rentable.

Hemos de preservar el libro como elemento identificativo de nuestra civilización. Pero no perdamos de vista que la cultura es, fundamentalmente, intercambio, comunicación humana en cualquiera de sus formas.


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