01 octubre 2020

Casado y la genética de la destrucción

Cuando Aznar seguía acusando públicamente a ETA de los atentados de Atocha sabía ya que no era cierto, pero prefería la mentira y la bronca a admitir una realidad incómoda. Cuando Rajoy espetaba a Zapatero que estaba traicionando a las víctimas por negociar la rendición de los terroristas sabía también que no era así, pero prefería la crispación y el escándalo a construir la convivencia. Como cuando promovió el boicot a Cataluña y sacó las mesas petitorias a la calle contra la reforma del Estatut. O cuando salió rodeado de los suyos a decir que Gürtel era una invención de Rubalcaba contra su partido, sabían, y tanto, que no era cierto pero prefirieron mentir y seguir llenando el pozo de podredumbre. Ahora Casado sabe que está minando el tejido de la democracia, que está volando los puentes necesarios para la convivencia y que está llevando el país a tensiones letales pero está decidido a no echar el freno con tal de derribar al Gobierno de España. Por eso sigue lanzando a Ayuso contra Sánchez a costa de lo que sea. Por eso han montado la bronca de Madrid en torno a la Covid desde marzo. La misma semana que deciden con Vox y Ciudadanos (los del centro-centro) quitar de las calles de Madrid a Indalecio Prieto y a Largo Caballero, se declaran en rebeldía contra las decisiones acordadas para frenar al coronavirus en la región europea donde muestra mayor virulencia. Sólo hay un plan: la bronca. Y un objetivo único: antes rota que roja.

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