10 marzo 2021

No es la libertad lo que quieren, es la igualdad la que les perturba

No es la libertad lo que quieren, es la igualdad la que les perturba. Dicen que para ellas y ellos la libertad es sacrosanta, que por ella se baten contra el modelo educativo social-comunista, o contra el estado de alarma, o contra las restricciones frente a la pandemia que tildan de "paternalista". Ya lo decían antes, ¿os acordáis?: "¿quién es la DGT para decir cuánto puedo beber?", bravuconeaba Aznar en 2007 cuando el gobierno de Zapatero endurecía las sanciones contra el consumo de alcohol en la conducción. Les importa un bledo la Libertad, solo hablan, aspiran y luchan por su libertad exclusiva, en minúsculas, la que garantiza privilegios a costa de lo que sea. Porque saben que la verdadera no existe sin igualdad. Y detestan a esta tanto como a aquella. "Adoctrinamiento" es su palabra fetiche: la ley de Educación es adoctrinamiento, las políticas de igualdad son adoctrinamiento, la televisión pública es adoctrinamiento... Siempre que no sean las de ellos, claro. Entonces la doctrina se convierte en libertad. Anteayer el gobierno de Madrid, el de España en España, prohibía a la ministra de Igualdad del gobierno legítimo y constitucional de España acudir a una charla a la que había sido invitada en un colegio público madrileño para hablar de igualdad. Argumentan que es por la libertad, que no quieren que adoctrinen al alumnado. No, lo que no quieren es que se les hable de igualdad. Es el privilegio lo que les importa, no la libertad.

Eugène Delacroix. Le 28 Juillet. La Liberté guidant le peuple. En el dominio público, via Wikimedia Commons


09 marzo 2021

El feminismo es el democratismo esencial

Ayer el 8M de este año pandémico proyectó dos realidades disruptivas. De un lado la confirmación de la fuerza del feminismo en la definición de la agenda pública. De cómo, por acción o por omisión, al lado o enfrente, abrazándolo o repudiándolo, su discurso cataliza buena parte del debate público y privado. Por otro, la evidencia de rupturas crecientes en el propio movimiento. El feminismo es esencialmente un democratismo. Mejor: es el democratismo esencial, el más nuclear, el más radical por focalizar su lucha contra la desigualdad más enraizada en nuestra sociedad. Por eso se nutre de miradas diversas y se enriquece con caminos distintos. Porque son muchos los obstáculos y muy fuertes los enemigos de la igualdad, solo desde el entendimiento de esa multiplicidad de miradas y de su suma consciente y militante cabe imaginar el fin del machismo. Se equivocan, creo, dramáticamente quienes tanto desde el adanismo como desde la reacción que provoca parecen empeñadas en abrir en canal el movimiento feminista desde dentro. No se trata de uniformar lo que natural y necesariamente es diverso pero sí de reforzar lo que converge para seguir progresando en el objetivo vital de la superación del machismo. Pensar que lo mucho conseguido es irreversible o minimizar su valor puede llevar al colapso. Y negar que los cambios radicales del mundo que vivimos deben introducir también nuevos argumentos a la causa común, también. Sólo quienes aborrecen la fuerza democrática del feminismo encontrarán ahí motivos para la satisfacción.