09 marzo 2021

El feminismo es el democratismo esencial

Ayer el 8M de este año pandémico proyectó dos realidades disruptivas. De un lado la confirmación de la fuerza del feminismo en la definición de la agenda pública. De cómo, por acción o por omisión, al lado o enfrente, abrazándolo o repudiándolo, su discurso cataliza buena parte del debate público y privado. Por otro, la evidencia de rupturas crecientes en el propio movimiento. El feminismo es esencialmente un democratismo. Mejor: es el democratismo esencial, el más nuclear, el más radical por focalizar su lucha contra la desigualdad más enraizada en nuestra sociedad. Por eso se nutre de miradas diversas y se enriquece con caminos distintos. Porque son muchos los obstáculos y muy fuertes los enemigos de la igualdad, solo desde el entendimiento de esa multiplicidad de miradas y de su suma consciente y militante cabe imaginar el fin del machismo. Se equivocan, creo, dramáticamente quienes tanto desde el adanismo como desde la reacción que provoca parecen empeñadas en abrir en canal el movimiento feminista desde dentro. No se trata de uniformar lo que natural y necesariamente es diverso pero sí de reforzar lo que converge para seguir progresando en el objetivo vital de la superación del machismo. Pensar que lo mucho conseguido es irreversible o minimizar su valor puede llevar al colapso. Y negar que los cambios radicales del mundo que vivimos deben introducir también nuevos argumentos a la causa común, también. Sólo quienes aborrecen la fuerza democrática del feminismo encontrarán ahí motivos para la satisfacción.



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