Publicado en Mediterráneo en octubre de 2007
Ha dicho el primo de Javier Brey que lo del cambio climático no es para tanto. Que hay otros problemas más importantes en el mundo y que esto es cosa de cuatro iluminados científicos de pacotilla. No hubiera pasado nada si el primo de este catedrático de Física Teórica regentara una tienda de abanicos en Sierpes, dicho sea con todo respeto a los comerciantes de esa preciosa calle sevillana. El problema es que este primo se apellida Rajoy Brey. Sí, es el ciudadano Mariano Rajoy, el del vídeo con ínfulas reales.
Para el primo del catedrático sólo hay un motivo para la desazón: que España sea cada vez más moderna, más competitiva y más tolerante. Todo lo demás importa poco, porque él está a lo que está. Lo del cambio climático, como lo de la dictadura franquista, es una nimiedad. Qué más da. Es como aquello de los “hilillos de plastilina” del Prestige, ¿se acuerdan? Lo dijo el primo, con la misma solvencia que dice todo lo que dice. Hay que reconocer que no tiene suerte el señor Rajoy, a pesar del empeño que le pone. Esta misma semana, coincidiendo con las ocurrentes “bromitas” (Esperanza Aguirre dixit) de don Mariano, el reciente Nobel Al Gore ha recorrido España divulgando los efectos del cambio climático. Y un nuevo informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, avalado por 400 expertos de todo el mundo, ha vuelto a recordarnos que vamos por muy mal camino.
Miren, en los últimos años cientos de organizaciones científicas de todo el mundo nos están alertando de las consecuencias traumáticas que para nuestra forma de vida puede tener el calentamiento global. No se trata sólo de preservar nuestro patrimonio natural, ni de salvar esta o aquella especie viva. Los estudios científicos confirman los negros presagios que muchos intuíamos desde hace tiempo: si no somos capaces de racionalizar nuestro modelo de crecimiento basado en la depredación masiva de los recursos naturales nos esperan profundas transformaciones económicas, sociales y medioambientales.
Por supuesto que no es este el único problema que debemos abordar. Ya lo sabemos. Que se lo pregunten a los miles de hombres y mujeres mutilados en sus cuerpos y en sus conciencias por el desastre que llevaron a Irak los autoproclamados profetas de la libertad. O a las víctimas del ébola y del sida en el África subsahariana. O a los desplazados por la guerra en Darfur. O a los náufragos de mil vidas que malviven en nuestra sociedad opulenta.
Pero el cambio climático es un reto global. Nos afecta a toda la humanidad y al conjunto de ecosistemas que conforman la riqueza vital de nuestro planeta. Es una amenaza para quienes hoy vivimos y para quienes lo harán en el futuro. Y ante él sólo caben dos actitudes: afrontarlo desde la serenidad, pero sin dilación, con soluciones audaces y comprometidas como está haciendo el Gobierno de España; o esconder la cabeza y esperar a que escampe, con la ilusa esperanza de que nuestra placentera prosperidad no sucumba ante el chapapote de la catástrofe.
Lamentablemente, el ciudadano Rajoy y los suyos se han vuelto a poner en el lado oscuro. Es cierto que no están solos, pero me temo que esas compañías no son las más recomendables para quienes aspiran a liderar una sociedad decente.
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