Discurso en el Teatre del Raval de Castelló de la Plana, actuando como pregonero y mantenedor del acto de homenaje a las reinas y damas de las fiestas del Pilar 2016 del Centro Aragonés de Castelló [30.09.2016]
Muy buenas noches a todas y a todos. Amigos y amigas del Centro Aragonés de Castellón, ciudadanas y ciudadanos que esta tarde noche nos acompañáis en este Teatre del Raval hoy convertido en corazón de tantos sentimientos de dignidad compartida. Representantes de los centros y casas regionales en nuestra ciudad y de asociaciones cívicas de todo tipo. Compañeros y compañeras de la corporación municipal.
Gracias José Antonio, querido presidente. Un honor, muy sincero, lo sabes, haber recibido de ti el encargo de actuar como mantenedor y pregonero en este acto de anunciación de las fiestas del Pilar y de homenaje a las reinas Ángela y Adriana y a sus damas Mari Carmen, Pilar, María Pilar, Mari Carmen, Arantxa, Balma, Sara y Carmen. Gracias por permitirme estar aquí entre gentes venidas del Bajo Aragón, de las Cuencas Mineras o del Maestrazgo; de las sierras de Gúdar, Arcos o Albarracín; de las tierras del Jiloca, del Matarranya o del Moncayo; y de Castellón, claro. Aragoneses de Castellón, castellonenses de Aragón.
Vosotros y vosotras, vuestros padres, nuestros abuelos. Soy nieto de Miguel Górriz y de Ángeles Izquierdo, turolenses de la Puebla de Valverde y de Aliaga que llegaron a esta tierra buscando vida y mañana. Soy un valenciano de Castellón que conoce y reconoce esa lealtad terca e inquebrantable con lo aragonés. Que sabe hasta qué punto ese sentimiento de pertenencia, ese vínculo ata de por vida.
Mirad hace ya muchos años y sigo recordándolos como si hubieran sido ayer aquellos veranos de niño en la Puebla de Valverde. Era muy pequeño cuando marchaba con mis abuelos a finales de agosto hacia allí.
Recuerdo aquellos viajes en tren desde Sagunto. Los resoplidos de la máquina al remontar el Ragudo. Al llegar a Sarrión el yayo Miguel y la yaya Ángeles se afanaban en coger aquellas maletas de madera y cartón y acercarlas a la puerta de salida del vagón. La Puebla muy cerca.
La figura menuda de mi tío Pablo esperando con el macho, la excitación del encuentro, el olor de la noche, el negro estrellado sin fin, el silencio roto por el andar cansino del animal. Entrar en la casa de los tíos, la penúltima en el camino hacia el cementerio. La cara sonrojada y afable de la tía Rosa, su topito encanecido, el hallar encendido, la sopa de ajo humeante. Primera visita, siempre, al corral: las gallinas durmientes, los conejos acurrucados, el macho ya en su sitio, el cerdo en la corte. El olor del estiércol. Y el despertar del primer día. A por agua a la fuente, montado en el mulo que guiaba el tío. Buscar a los amigos, las eras. Jugar en la fuente de los Santos cazando renacuajos. Coger moras en los barrancos, las pantorrillas arañadas por las zarzas y las ortigas. Los lavaderos, vivos todavía durante años. Y la excursión obligada a Teruel en el autobús de línea. Buscar el Torico y encontrarlo y visitar a los Amantes.
Yo aún conocí aquel Aragón de agua en cántaros y colchones de paja. Duro y frío. Aquel Teruel de emigrantes que daba para los Altos Hornos de Sagunto, la fábrica de Segarra en la Vall d'Uixò o la SEAT de Martorell. El Teruel que se vaciaba Ragudo abajo en Castellon y Valencia y por Paniza en Zaragoza y Barcelona. Cada año, al visitar a los parientes echaba a faltar a alguno de sus hijos. Habían encontrado un buen trabajo en las fábricas del litoral decían.
Contaba Labordeta en su Albada de la ausencia:
Me despido de mi tierra,
de mis montañas y ríos,
me marcho porque me empujan,
nunca lo hubiera querido.
Aunque me voy no me voy,
aunque me voy no me ausento,
aunque me voy de persona,
me quedo de pensamiento.
Me empujan tanta desgana,
los latifundios baldíos,
me empujan los que se quedan,
provecho de nuestros ríos.
A todos los de esta casa,
Dios les de salud y vida,
trigo para todo el año
y paz en la despedida.
Espero que dentro un año,
Dentro de tres o de cuatro,
cantemos todos la albada
en libertad y buen trato.
Pronto cambiamos el tren por el coche. El 850 de mis padres. Apretados entrábamos seis y con bultos. El Ragudo marcaba el comienzo y el final de las vacaciones en la Puebla. Las cuestas, vueltas y revueltas, el humo negro de los camiones, más curvas, el autobús de Furió cruzado en una de aquellas espirales interminables. Barracas, obligado arrojar. No más. El Ragudo era la frontera. Y quizás el emblema del cambio. Ver su transformación desde que en los 80s se construyera la variante que dejaría paso más tarde a la autovía Mudéjar. Para mí, creedme, sigue siendo referencia en mi memoria de la modernización de este país. Por supuesto, del Aragón turolense.
Por todo esto comprenderéis que cada vez que subo por la A23 sienta, aún hoy, un cosquilleo en el estómago. Y que cuando paso a la altura de la Puebla de Valverde siga mirando aquel territorio de la infancia.
Javalambre, Formiche, Manzanera, Sarrión, la Virgen de la Vega, Albentosa, Rubielos y Mora... Teruel, claro. Siempre Teruel. Esa geografía acompañó las conversaciones de mis mayores en los encuentros familiares.
Aliaga. De allí, en el corazón de la comarca de las Cuencas Mineras de Aragón, salió la familia de mi abuela en los primeros 30s del siglo pasado. Mis bisabuelos José Izquierdo y Amada Ibáñez vinieron a Castellón como tantos otros aragoneses buscando un proyecto de futuro para sus hijos y sus hijas: Pepe, Pilar, Cristóbal, Luis, Ángeles, Victoria, Dolores y Amada. Aragón en Castellón. Y Aragón con Castellón. Mi familia materna fue un buen ejemplo del mestizaje entre las gentes aragonesas venidas y quienes las veían venir. De hecho dudo que en alguna casa de nuestra ciudad haya más artilugios, detalles y detallitos relacionados con las fiestas de la Magdalena que en casa de mi tía Amada, la única hermana viva de mi abuela.
De pequeño pasé muchas tardes dulces en el obrador de la pastelería de mi tía Pilar y mi tío Antonio. La Pilarica, en la calle Ruiz Zorrilla, cerca de la Telefónica, era orgullo de familia. Y en verano, antes de irnos a la Puebla, pasábamos algunas semanas en el maset de los tíos Cristóbal y Faustina, en el camino de los Palos. En esas reuniones multitudinarias de los Izquierdo y allegados oía, entre juego y juego, nombrar a Ángel Alloza y al Centro Aragonés, entonces aún en la sede del Teatro Principal.
Ridículo sería que viniera yo aquí a deciros lo que sois. El Centro Aragonés es una de las más relevantes agrupaciones cívicas castellonenses. Una de las más longevas y de las que mayor dinamismo han mantenido a lo largo del tiempo. Y uno de los más activos centros aragoneses. Y no dudéis de que esta ciudad seguirá dándoos el aliento que merecéis.
Reinas, Ángela, Adriana. Damas Mari Carmen, Pilar, Maria Pilar, Mari Carmen, Arantxa, Balma, Sara, Carmen... Renováis vuestro compromiso de lealtad con la gran familia del Centro Aragonés. Y lo hacéis en estas vísperas de las fiestas del Pilar en las que, como cada año, la gente de Aragón se reencuentra y se revive. Imagino cómo os sentís, reinas, a pesar de vuestra experiencia acreditada. Poco hay más gratificante que representar en el tiempo de la fiesta a aquellos y aquellas que comparten tus sueños.
He leído en algún sitio, reinas, damas, que la fiesta es la segunda vida de los pueblos o el segundo mundo de sus gentes. Es un tiempo paralelo, latente, que acompaña silente la vida de lo cotidiano. Un tiempo que está pero que no vemos, que es pero que no oímos hasta que estalla en luz, en risa, en amor, en pólvora, en fraternidad, en emoción, en música.
Hay pocos momentos tan importantes en la vida de un pueblo como el tiempo de la fiesta. Mirad, la fiesta es convivir y respetar lo que somos y lo que otros son; es disfrutar el tiempo y el espacio para gozarlo; es encontrar y reencontrar el amor y enamorarse del encuentro; es recordar y acordar; aprender, descubrir, sentir, querer y transgredir. Es ir más allá de lo cotidiano. Es romper la normalidad. Lo ha escrito Enrique Gil Calvo: “sólo la fiesta es capaz de hacer evidente lo que resultaría cotidianamente inverosímil”.
Vivid la fiesta del Pilar pues, con la intensidad que merece el recuerdo a tantos hombres y mujeres trabajadores que hicieron de vuestro pueblo, Castellón, y de vuestra tierra, Aragón, lo que hoy son. Ellos y ellas también quisieron y creyeron en la fiesta. La gozaron, la disfrutaron, la soñaron. Y aprendieron con ella a ser hospitalarios. Creedme, es a través de la fiesta como hemos aprendido la alegría de regalar, de dar; o lo que es lo mismo, la virtud de la generosidad. Y es en la fiesta como hemos comenzado a apreciar la alegría de recibir o el valor de la gratitud.Es el tiempo de la diversión colectiva; aprovechad ese paréntesis de alegría y de placer para romper con el tedio, la rutina y el agobio diarios.
Todo eso es la fiesta, Ángela, Adriana, reinas. Un tiempo reparador que regenera los tejidos sobre los que se construye la vida en común. Un tiempo sobre el que repensar el futuro sintiéndonos como somos, reconociéndonos, queriéndonos. Y el Pilar, las fiestas han de ser eso. Porque lo necesitamos, porque es imprescindible que detengamos el motor que nos hace correr como ruedas locas hacia ninguna parte y tracemos nuevos rumbos.
La fiesta, como escenario de la universalidad, de la libertad, de la igualdad y de la abundancia socializada, nos empuja hacia nuevos territorios. Nos adentra en espacios sólo transitables desde el compromiso comunitario, desde la cooperación cívica y desde la empatía. No hay fiesta en soledad; nadie vive solo la fiesta como merece ser vivida. Es comunidad, es fraternidad, es ensoñación colectiva, es mirada compartida. Es, queridos amigos, lo que queremos ser. Y es que tras la algarabía festiva está el pueblo en su expresión más íntima. Ciudadanos y ciudadanas que funden sus ilusiones, que suman sus anhelos, que trenzan sus pasiones en un vivir colectivo. Es esa la fiesta en la que creo, la fiesta que une, que regenera, que suma. La fiesta que nos hace fuertes y nos enseña el camino que debemos seguir para construir un futuro posible, un futuro solidario, un futuro convivido.
Vivid así las fiestas del Pilar queridas reinas, queridas damas. Con intensidad, sabiendo que cada instante, cada sonrisa, cada mirada, cada baile estáis reforzando ese compromiso con Castellón y con Aragón.
A vosotras y a vosotros, amigos y amigas del Centro Aragonés, muchas gracias por vuestra amabilidad. Que el Pilar 2016 os sea propicio. Salud y buena noche.
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