Escribió Hannah Arendt acertadamente que "la ciudad es una memoria organizada". No puede por ello extrañar que la significación del espacio público ciudadano, sus calles, sus plazas, sus monumentos, sea campo de discusión recurrente, también de imposición. Es ese espacio el que proyecta entre la ciudadanía la identificación de los valores públicos que deben ser reconocidos como propios por la sociedad. El que contribuye a establecer una memoria colectiva sobre la historia y el proyecto compartido por esa comunidad ciudadana. No es pues cuestión trivial el nombre, las palabras que damos en el reconocimiento de los espacios urbanos ni de los hitos que los identifican. El panteón democrático, las referencias que ayudan a cimentar los valores de la democracia y de la convivencia, se levanta también sobre esos nombres y su significación. Cuando se eliminan del callejero o de recordatorios públicos los nombres de Miguel Hernández o Joan Fuster, o cuando se recupera el nombre del crucero Baleares (que protagonizó el bombardeo de civiles en la Desbandá de Málaga en 1938) se pretende significar el espacio ciudadano con referencias contrarias a la democracia. Y organizar la memoria en ese sentido.
Hanna Arendt, 1958. Münchner Stadtmuseum, Sammlung Fotografie. Compartido con licencia Creative Commons Attribution-Share Alike 4.0 International |