Publicado en Mediterráneo el 4 de abril de 2009
El otro día tuve la sensación de estar viendo una nueva versión del clásico de Billy Wilder En bandeja de plata. La actuación del diputado y mandamás popular Federico Trillo en relación con el juicio por el accidente del Yak-42 y el dolor de los familiares de los 62 militares muertos en esa tragedia me recordó al desaprensivo Willie Gingrich (Walter Matthau). Salvando las distancias, lógicamente; Matthau y Jack Lemmon potagonizan una interpretación memorable que deja al descubierto las miserias humanas. Lo de Trillo es… es otra cosa. Tal vez al mago Wilder le hubiera gustado contar con un personaje como este para completar el elenco de secundarios de una de sus comedias. Tal vez. Pero a quien ha sido ministro del Reino de España, presidente del Congreso de los Diputados, reconocido parlamentario y jurista cabe exigirle lealtad con el Estado, con los servidores públicos (máxime con aquellos que murieron sirviendo a España y con sus familias) y con la ciudadanía.
No sé si Gingrich hubiera llegado a tanto en su voluntad de ocultar la verdad y defraudar a los otros. Si recuerdan, en esta preciosa y precisa obra maestra de Wilder un abogado sin escrúpulos trata de sacar beneficio de la desgracia ajena, con la colaboración tímida y dubitativa de su cuñado lesionado en un estadio de fútbol americano. El objetivo es conseguir una gran indemnización a costa del futbolista y las compañías de seguros a base de engaños, simulando una lesión mucho mayor de la que en realidad se había producido. El cúmulo de embustes y fraudes acaba por convertir la trama en un ir y venir de situaciones delirantes, ácidas y corrosivas. Ocultamiento, engaño, simulación, falta de sensibilidad, egoísmo sin límite.
La realidad, como saben, suele superar a la ficción. Y el empecinamiento de algunos cargos públicos por no asumir sus propias responsabilidades políticas e intentar sistemáticamente derivarlas hacia otros acaba por hastiar a la ciudadanía y debilitar las instituciones. Es fácil, para algunos, interpretar la mascarada, hacer ver que no va con ellos aquello de lo que se habla. Repartir excomuniones a diestro y siniestro sin asumir nunca, nunca la más mínima responsabilidad. Exigir a los otros aquello que no han sido capaces de exigirse a sí mismos.
En realidad, la actitud de Trillo no es más que el epítome de cierta práctica política. El paradigma de esa forma de entender y ejercer la política que antepone el interés particular a las demandas, las aspiraciones y las necesidades de los ciudadanos. No es, lamentablemente, un caso aislado y en Castellón lo sabemos bien.
En este tiempo es imprescindible que los ciudadanos confíen plenamente en las instituciones democráticas. Que sepan que todos estamos trabajando para fortalecer nuestra sociedad, salir de la crisis y construir un futuro mejor. Más allá de intereses particulares y partidistas, con el único afán de ayudar a empresas y ciudadanos a superar las dificultades. Porque esa es la razón de ser del Estado y de las instituciones que lo configuran; para eso los ciudadanos le dan su legitimidad, su fuerza, si capacidad de liderazgo, su representatividad.
Cuando las instituciones o los cargos públicos que las representan renuncian a sus responsabilidades y se limitan a transferirlas a otros acaban por convertirse en meras oficinas de reclamaciones esencialmente irresponsables. No es ese el camino. No es eso lo que esperan los ciudadanos. Cada uno tiene su cuota de responsabilidad y es en ese marco de competencia en el que debe asumirla y ejercerla. Con lealtad y vocación de servicio público.
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