26 octubre 2007

Desmemoriados

Publicado en Mediterráneo en octubre de 2007

Hacía un tiempo que el señor Mayor Oreja estaba alejado de la primera línea del fuego populista. Tal vez la caída libre de Rajoy en la valoración de propios y extraños y el regreso de Rato le hayan espoleado para dejarse ver y oír, por si acaso. Esta semana nos ha aclarado que no piensa condenar el franquismo porque no fue para tanto: “hubo mitos infinitos”, dice al respecto.

Lápida en memoria de una víctima del
fascismo en Italia. Chianciano, la Toscana.
Agosto de 2006.
No es que me sorprenda. Al menos el señor Mayor ha expresado en público lo que otros líderes de su partido dicen vergonzantemente en privado. Pero, hombre, algo de falta de sensibilidad, de falta de respeto y de falta de memoria sí que parece que hay en esas declaraciones.

Ustedes lo saben tan bien como yo: la desmemoria es la mejor de las armas de la derecha española. Siempre quieren que olvidemos lo que no quieren que de ellos se sepa. No les gusta mirarse al espejo de la historia, no vaya a ser que se encuentren con demonios del pasado. Y ahora andan revueltos cual jinetes del Apocalipsis con el proyecto de ley de Memoria histórica. Quizás sea por aquello que dijera Orwell de que “aquel que tiene el control del pasado, tiene el control del futuro”.

Lo cierto es que otra vez se han quedado solos en el Congreso. Otra vez se han quedado al margen de la negociación de una ley que reconoce más derechos a más españoles. Porque, mal que les pese, ésta no será una ley hecha contra nadie. Ni es ni pretende ser un juicio sobre nuestro pasado colectivo; son los historiadores los que lo estudian, lo analizan y nos lo explican y no el Gobierno o el Parlamento.

El partido de la desmemoria haría bien en decirnos a todos a qué medida concreta del proyecto de ley se opone. ¿Acaso se niega a considerar injustas todas las condenas y expresiones de violencia personal producidas por motivos políticos o ideológicos, durante la Guerra Civil y la dictadura? ¿O a reclamar la rehabilitación moral de quienes sufrieron tan injustas sanciones y condenas? ¿O a que las Administraciones públicas faciliten a los interesados que lo soliciten la localización de miles de desaparecidos?

Esta ley no pretende penalizar a los castellonenses que abrazaron la dictadura por las razones que fueran. Ni siquiera a los que la alentaron y dieron pábulo a la represión. No, no se quiere abrir viejas heridas, como proclama Acebes; antes al contrario, se quiere cerrar las que otros provocaron. Es, en definitiva, la culminación de un proceso de reconocimiento y de reparación de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura iniciado en los albores de la Transición con la Ley de Amnistía de 1977. Y tengo el convencimiento de que cualquier ciudadano de buena fe coincidirá conmigo que es de justicia reparar públicamente el honor y la dignidad de quienes se vieron privados de su memoria y del recuerdo de sus seres queridos.

Déjenme terminar con una recomendación para los desmemoriados. Cuando tengan oportunidad visiten el Memorial de Caen, en la Normandía francesa. Un excelente monumento a la recuperación del pasado vivido por los europeos durante el siglo XX. Allí pueden encontrar una sección muy documentada sobre la Francia de Vichy, la del régimen colaboracionista con Hitler del mariscal Petain. Dudo que la sociedad francesa se sienta debilitada y amenazada en su identidad y en su autoestima por recordar y conocer el lado oscuro de su brillante pasado.

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