Decía el ministro nazi de propaganda Joseph Goebbels: “Miente, miente, que al final algo quedará... cuanto más grande sea una mentira, más gente lo creerá". También fue él quien legó a la posteridad esta perla: "Si una mentira se repite suficientemente acaba por convertirse en verdad".
Algunos deben creer que la mejor forma de estar en la vida pública es echar mano de los 11 principios de la propaganda del ministro de Hitler. Deben pensar que cuanta más confusión y más engaños, mejor para sus intereses partidarios. Sin importarles lo más mínimo el daño irreversible que están generando con su actitud al prestigio de las instituciones y a la credibilidad de la democracia.
Decir, como he leído esta semana a una responsable de la derecha local, que el Gobierno de España es el culpable de que en nuestro hospital de referencia no se administre la anestesia epidural a las parturientas los fines de semana no es una opinión. Es una mentira.
También lo es la afirmación de que la gestión de las escuelas infantiles construidas con el dinero del Plan Zapatero por el Ayuntamiento de Castellón será privatizada por culpa del Gobierno. O que también es el Gobierno el culpable de que la Diputación haya presentado un presupuesto a la baja para 2010. No son, en ningún caso, opiniones fundadas en el análisis racional de la realidad y en la discrepancia política. No. Son, simple y llanamente, mentiras.
Según la Real Academia, mentir es "decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa". Y, podríamos añadir, hacerlo con la volundad de engañar a otras personas a fin de obtener beneficio propio.
Quienes han dicho lo que hemos leído sobre las epidurales o las escuelas infantiles, o sobre tantos y tantos asuntos, saben perfectamente que no es responsabilidad del Gobierno. Lo saben, lo creen y lo piensan. Como sabía el conseller Font de Mora que los ordenadores que financia el Gobierno mediante el programa Escuela2.0 no van a ser los causantes de la "miopización" de nuestros jóvenes. Lo saben porque conocen la Constitución, el Estatut y el resto de normas que determinan las competencias de cada Administración en nuestro Estado autonómico. Pero prefieren el engaño.
Los gobiernos deciden sus prioridades en política de gastos. Ahí fijan sus preferencias en la asignación de recursos para impulsar o retardar unas u otras políticas públicas. Cuando un gobernante decide, por ejemplo, destinar una gran parte de su capacidad inversora a la Fórmula 1, a la Copa del América o a avalar a equipos de fútbol manifiesta una opción, una voluntad, una concepción de lo que debe ser la sociedad a la que dice servir. Esa opción de gasto, como es lógico imaginar, va en detrimento de otras opciones, habida cuenta de la limitación de los recursos. Todo ello es absolutamente legítimo, sin duda, aunque pueda ser cuestionable.
Lo que no es legítimo es endosar la responsabilidad de esas decisiones al Gobierno de España. Si yo decido gastarme todos mis ahorros en un producto de superlujo e hipotecarme de por vida, no es usted el responsable de que mis hijas carezcan de lo esencial para vivir con dignidad. A todos nos gusta la buena vida, pero antes deberemos garantizarnos la vida digna. Es una cuestión de sentido común.
Hans Küng, desde la presidencia de la Fundación Ética Global, nos hace esta reflexión: "El juego sucio y los engaños no salen rentables a largo plazo. ¿Por qué? Porque minan la confianza. Y, sin confianza, la política constructora de futuro es imposible." Pues eso, construyamos confianza para construir futuro y neguemos crédito a quienes quieren hacer de la política el espacio de la mentira. … Y que 2010 sea un año de esperanza para todas y todos.
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