El pasado domingo algo más de 300.000 electores castellonenses ejercieron su derecho al voto, más del 73 por ciento de los ciudadanos y ciudadanas convocados a ello en nuestra provincia. Lo hicieron con libertad, sabiéndose actores de nuestro más esencial derecho político, la elección de nuestros representantes parlamentarios y de quienes deberán liderar la vida pública española durante los próximos años.
La decisión del electorado castellonense y español en general ha sido clara: el Partido Popular ha obtenido más de la mitad de los escaños del Congreso y del Senado. Es la fuerza política mayoritaria en ambas cámaras y tendrá la oportunidad de asumir el Gobierno de la nación en pocas semanas.
El pueblo elige a sus representantes políticos y decide quién ha de gobernarle. Es el abc de la democracia, la legitimación de nuestro sistema institucional y el fundamento de nuestro modelo de organización social. El nuevo Gobierno nacerá con esa legitimidad esencial, la misma que ha permitido a José Luís Rodríguez Zapatero presidir el Consejo de Ministros durante los últimos ocho años. Es cierto que algunos quisieron negársela en 2004, ignorando las reglas básicas de la convivencia democrática; pero eso es tiempo pasado.
Mariano Rajoy volverá a La Moncloa, donde ejerció el cargo de vicepresidente del Gobierno de José María Aznar. Ahora lo hará como presidente, una vez cumplidos los procedimientos y los plazos que establece nuestro ordenamiento jurídico. Para ello se han iniciado ya las reuniones pertinentes que garantizarán el traspaso de poderes con la eficacia exigida.
Se inicia, pues, un nuevo tiempo político en España. Casi cuatro años después del inicio de la más grave crisis que ha conocido Europa y el mundo occidental desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el Gobierno en ejercicio ha sido relegado a la oposición por el electorado. Como en otros países de nuestro entorno, la gravedad de la crisis y su impacto dramático sobre el empleo y la adopción de medidas impopulares han lastrado la credibilidad de los gobernantes de modo inexorable. Y los ciudadanos han optado por propiciar la alternancia.
No va a ser fácil, como no lo ha sido para el Gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero. Y no va a haber soluciones mágicas, por mucho que así se anunciaran. Porque más allá del voluntarismo, sincero o no, de algunos está la realidad de un mundo en transformación vertiginosa que exige de nuevas políticas y de nuevas ideas para reubicar a España y Europa en el nuevo tiempo.
Lo que fue ya no será. Lo que sirvió en momentos pasados no nos permitirá ganar el futuro. Creo que, a estas alturas, ya todos lo sabemos. Vivimos un tiempo en el que el presente está hipotecado por la melancolía del pasado, y en el que el mañana sucumbe bajo la losa insoportable del ahora. Hemos de romper ese círculo maléfico que nos ahoga y recuperar el prestigio y la reputación del futuro. Es imperativo, porque de lo contrario perderemos lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos haber sido. No sólo para reorientar nuestro modelo productivo y ser más competitivos, sino para regenerar nuestra democracia, para hacer sostenible nuestro sistema de bienestar y para redefinir nuestra escala de valores.
El futuro tiene sus enemigos, como nos dice el título de un magnífico ensayo de Daniel Innerarity que recomiendo encarecidamente (El futuro y sus enemigos. Barcelona: Paidós, 2009). El conservadurismo de uno u otro pelaje no nos abrirá los nuevos espacios que precisamos; quizás tenga el efecto placebo necesario para distraernos de la cruda realidad, pero no resolverá los problemas ciertos que lastran nuestro progreso.
España tendrá antes de finalizar el año un nuevo Gobierno. Nunca un partido político habrá tenido tanto poder institucional en la España democrática. Así lo han decidido los ciudadanos y las ciudadanas de este país. Mariano Rajoy, presidente del Partido Popular y futuro presidente del Gobierno de España, asumirá una responsabilidad casi exclusiva. Nunca antes un gobernante democrático ha concentrado tanto poder en nuestro país. Sólo cabe esperar que lo ejerza con audacia, con sentido común, con vocación de servicio al interés general y con talante democrático. Sí, con mucho talante.