23 mayo 2012

Política

Veía el otro día el televisión a un economista culpar a la política y a los políticos del devenir de la crisis. Decía que las interferencias políticas impedían dar soluciones por la falta de preparación de los responsables públicos, por su incapacidad para tomar medidas que la gente rechazaba o, directamente, por ser corruptos. Sé que así piensan muchos ciudadanos y ciudadanas víctimas de la desesperación. Y sé que ese descrédito tiene razones indignas por la deleznable actitud que algunos han mostrado y muestran en el ejercicio de sus responsabilidades. Pero hemos de saber que sin política no hay democracia. Hemos de saber que sin política no hay espacio para lo público ni para el interés general. Que nuestros derechos, los de todos y todas, se han conquistado en el terreno de la política. Y que la alternativa se llama fascismo. Haremos bien, pues, quienes creemos en su capacidad para hacer la sociedad más justa y más libre en luchar todos los días por recuperar su prestigio. En denunciar a los corruptos y en separar a los aprovechados. Y, sobre todo, en buscar soluciones para solventar en democracia los problemas de la gente. El fin de la política sólo beneficia a los poderosos, a quienes no creen en la solidaridad ni en el valor del pueblo. No dejemos que nos roben, también, el único espacio en el que la ciudadanía tiene sentido. De lo contrario no sólo habremos perdido esa batalla; habremos perdido nuestro futuro.

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