#ppcorrupcion Bien es sabido que la pituitaria de quienes trabajan o viven en las proximidades de focos de malos olores acaban acostumbrándose a ellos llegando incluso a ignorarlos. Es un mecanismo de adaptación natural a un entorno hostil. La tolerancia de esas narices y de todo el sistema olfativo al hedor permite al individuo vivir en bienestar, al margen de la peste y de aquello que la provoca. Es un proceso necesario, habitual en la naturaleza y, también, en nuestra vida social. Podría ocurrir, no obstante, que acostumbrados a la fetidez olvidáramos de dónde viene y qué la provoca. Y que siguiéramos viviendo en la felicidad de la ignorancia mientras la podredumbre y la corrosión siguen ganando terreno. Sería el final de nuestra maltrecha democracia que acabáramos por acomodarnos a las pestilencias, varias e intensas, que emanan de todos los entornos de decisión vinculados al PP. Sería la muerte de nuestro Estado de derecho que la náusea se convirtiera en nuestro medio natural, que diéramos por normal lo aberrante y que renunciáramos, en busca del bienestar momentáneo que otorga el placebo, a extirpar de raíz el mal que nace en Génova y se desparrama por todo el partido. Cuando el engaño, la trampa, la impostura y la extorsión se convierten en una forma de vida en la política ésta deja de serlo y la ciudadanía, desprovista de su único poder real, se convierte en comparsa de la indignidad. No lo olvidemos. Es lo que quieren que hagamos.
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