El pasado jueves, como cada primero de noviembre, estuvimos en el cementerio civil de Castellón para honrar la memoria de los y las castellonenses muertos por la represión franquista. Hombres y mujeres cuyo único delito fue la libertad. Demócratas ejecutados por quienes asaltaron la legalidad y la legitimidad republicana con voluntad aniquiladora y genocida. Recordamos a ellos y a ellas y a quienes, millones en nuestro país, vivieron horrorizados la crueldad de la dictadura de espada y crucifijo que impusieron los vencedores de la guerra incivil. Ese ejercicio de recuperación de la memoria es hoy imperativo; recordar ahora y aquí que el fin de la política es el inicio de la muerte, de la indignidad, de la humillación, de la indecencia moral. Más de 800 ciudadanos y ciudadanas fueron aniquilados en Castellón en los primeros años del terror franquista; casi 100.000 en toda España. Y muchos más sobrevivieron, dentro y fuera del país, sumidos en la abominación de los liquidadores. No olvidemos esas cifras, pero sobretodo no olvidemos esas vidas mutiladas por quienes decían venir a salvar la patria.
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