Alfonso Grau, el vicealcalde de Valencia implicado en la trama corrupta de Nóos, es uno más de los ácidos corrosivos con que el PPCV está dispuesto a desfigurar la imagen pública de nuestro país. Uno más de entre muchos aplicados a arruinar la reputación de esta tierra y de sus instituciones. Caspa bravucona, altanera, soberbia, arrogante, insultante, humillante. Caspa que creyó estar por encima de la ley, ajena a los criterios morales de la decencia pública, ahíta de poder absoluto, convencida de su impunidad. Esta caspa, adulada por multitud durante tanto tiempo, es la que ahora nos avergüenza ante el mundo; la que hace irrespirable el ambiente e irreconocible nuestra dignidad colectiva. Pero no es nueva, no. Nada de cuanto ocurre ahora es nuevo. Ni Grau, ni Cotino, ni Fabra, ni Blasco... Ni las tramas mafiosas urdidas a cientos por esa centrifugadora de toxinas mortales en que se ha convertido el popularismo absolutista. Ni ellas ni las denuncias que desde hace lustros han proclamado los socialistas y el resto de la izquierda, con efectos demoledores para muchos y muchas entre sus filas pasto de represalias sin cuenta. El colapso judicial y político en que ha entrado la derecha gaviota no es cosa de los astros ni del azar cósmico. El "porque me da la gana" de Grau ha de ser el epitafio para una época de indecencia infinita que no podemos olvidar.
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