Transparencia. Ese es el concepto. Administración de cristal, gobierno abierto. Parlamento transparente. No, no se trata sólo de control, que también por supuesto. El control de las cuentas públicas mediante mecanismos de fiscalización interna es una lección ya aprendida en el manual de la democracia. Cierto es que a menudo mal aplicada, pero forma parte de materia ya explicada. En lo que ahora estamos es en la parte que lleva por título Transparencia en el ejercicio de la acción pública. Y este capítulo habla de cómo el Estado, sus instituciones y sus representantes se someten tanto al control interno, imprescindible, como a la fiscalización de la ciudadanía, inaplazable. Tanto en lo que se hace como en la forma de hacerlo y los medios, públicos o privados, empleados para ello. Y también en lo que se dice que se va a hacer. Cuando un partido político, pongamos por caso, abre en canal sus cuentas y las pone a disposición de la ciudadanía está cumpliendo con esta exigencia. Avanza por el camino de la transparencia. Cuando una institución se escuda en la bondad de sus mecanismos de control interno para mantener la opacidad de sus actuaciones ante la ciudadanía demuestra no haber entendido nada de lo que se dice en el capítulo en cuestión. No progresa adecuadamente y así es difícil llegar en buenas condiciones para aprobar el curso en la última evaluación.
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