El 30 de septiembre de 2013 Alberto y Carlos Fabra se fundían en un largo abrazo de viejos amigos en la Cámara de Comercio de Castellón. En público y ante los medios de comunicación. Quedaban apenas 48 horas para que diera comienzo el juicio oral al padre político de la derecha castellonense. Y el president de la Generalitat creyó oportuno expresar así su apoyo a quien iba a ser juzgado por varios delitos contra el Estado. Fabra el Viejo está preparando a estas horas su maleta para entrar en prisión. No sé si su apadrinado, el otro Fabra, tendrá el cuajo suficiente para llamarle siquiera por teléfono antes del ingreso. No, no creo sabiendo los dos lo que saben el uno del otro. Ahora Alberto está empeñado en echar cal viva sobre la memoria de las décadas de la indecencia, en borrar del recuerdo colectivo su propia historia política. Él y el resto de lugartenientes del cacique. Ellos, todos, que fueron colaboradores necesarios y ejecutores complacientes de las tropelías del jefe absoluto. Nadie queda al margen, todos y todas fueron cómplices de la manera abusiva, arbitraria y ruin de ejercer la política Carlos Fabra. Porque quien entre en la cárcel dentro de unas horas no será él, será el fabrismo y todo cuanto representa. Ah, y que nadie se engañe: no será fruto del azar ni del simple paso del tiempo. Los hubo, muchos, quienes afrontaron con valentía y sufrimiento durante mucho tiempo la ira vengativa del cacique y sus capataces hasta doblarle el brazo. Ahora Alberto quiere olvidar pero él también estaba allí, solícito a las exigencias del jefe. A él le debe todo.
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