La reputación es, junto con la transparencia, uno de los vectores fuerza del nuevo espacio público que estamos construyendo en este cambio de tiempo histórico. Reputación y transparencia como base de la confianza ciudadana en las instituciones, en los agentes económicos, en los liderazgos políticos. Cómo se viva, cómo se haga, cómo se venda, cómo se argumente, cómo se decida. No es el qué lo determinante en una sociedad que descubre a diario nuevas formas de producir bienes a un coste cada vez menor; es el cómo lo que define la diferencia. El viejo paradigma de que el fin no justifica los medios trasladado a esta sociedad hipervectorializada, multidimensional en todas sus facetas, que encuentra su cohesión precisamente en la atomización y singularización de sus percepciones y en su reconocimiento mutuo. Confiar en las personas y en los colectivos que asocian a esas personas, también. En cómo hacen el qué. Por eso la reputación de país es determinante para transitar el tiempo nuevo. Siempre lo fue pero nunca como ahora los evaluadores fueron tantos y con tanta información de fuentes tan diversas. Construir o reconstruir esa reputación sobre nuevas formas de hacer, de convivir, de compartir debe ser el reto colectivo principal que debe liderar el cambio. Y hacerlo de forma trasparente, participativa, inclusiva e imaginativa. Un proyecto colectivo de país o de ciudad que empodere a la gente para hacerla albacea última de su propia imagen y de su propia reputación ante el mundo.
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