Hace casi un año cerca de 70 000 valencianos y valencianas participamos en las elecciones primarias que convirtieron a Ximo Puig en candidato socialista a la Presidencia de la Generalitat. Hace unas semanas lo hacían Compromís y Esquerra Unida y el fin de semana pasado 8 000 ciudadanos y ciudadanas hicieron lo propio en el seno de Podemos. UPyD y Ciudadanos también lo han hecho. Pura normalidad democrática. Ayer Alberto Fabra, a su salida de la reunión de la dirección nacional del PP en Madrid, decía a la prensa que no sabía nada de lo suyo. Que su jefe no lo había ungido aún con el dedo decisor para ser cabeza de cartel popularista en la Comunitat Valenciana dentro de 95 días. Es probable que a la mayoría de sus votantes esto les resulte intrascendente, y es cierto que cada partido elige a sus candidatos y candidatas como mejor entiende. Pero es una evidencia palmaria del sentido de la política y de la democracia que tienen en el partido que gobierna España y el País Valenciano. Y de la relación que tiene el jefe de los de aquí con sus jefes de allá. Que tres meses antes de las elecciones de mayo, Fabra ande como alma en pena esperando que el dedo plasma se haga carne y marque su frente con el signo de los elegidos resulta patético, para él y para los suyos. Y ofensivo para el conjunto de la ciudadanía, mayoritariamente harta de tanto trilerismo partidario.
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