Publicado en Mediterráneo el 3 de septiembre de 2011.
¿Sabía usted que la deuda pública de Japón es del 225 por 100 de su producto interior bruto? Esto quiere decir que el Estado japonés debe más del doble de la riqueza del país. ¿Y sabe que desde 1945, de forma casi ininterrumpida, ha sido gobernado por un partido conservador? ¿Sabe que la deuda pública de la Italia de Berlusconi está en torno al 120 por 100 de su PIB? ¿Y que en ese país ha gobernado la derecha durante 48 de los últimos 60 años?
¿O que los gobiernos que mayor déficit y deuda pública han generado en Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial fueron los ejecutivos neoliberales de Reagan y de los dos Bush, padre e hijo? Y no lo hicieron precisamente para incrementar el gasto social o el bienestar de su ciudadanía.
Deben saber también que aquí, en nuestro país, en la Comunidad Valenciana la deuda de la Generalitat es del 17 por cien, la más alta de todas la Comunidades Autónomas. Después de 16 años desde que el Partido Popular asumiera las riendas del Gobierno valenciano, el endeudamiento de la Generalitat casi ha triplicado lo que suponía la deuda pública en 1995. Y que ese incremento de lo que debe nuestro sector público, el mayor de las administraciones autonómicas españolas, insisto, se ha producido al mismo tiempo que el índice de desarrollo valenciano ha sido uno de los que menos ha crecido de toda España según el estudio Desarrollo humano en España 1980-2007 realizado por el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) y publicado por la Obra Social de Bancaja en julio de 2010.
¿Por qué, pues, seguir escuchando sistemáticamente que los gobiernos de izquierda generan más déficit presupuestario y más deuda pública? Es un debate interesado que airea la derecha neoliberal y que los progresistas no hemos sabido contrarrestar acertadamente, bien por incapacidad para romper ese marco conceptual fijado por los conservadores o bien por el mantenimiento de posiciones fundamentalistas que no atienden a los cambios del mundo en que vivimos.
Miren, ajustarse a lo presupuestado no es una actitud neoliberal. Es una cuestión de buena gestión, de transparencia y de gobernanza. Ahora y siempre. Y las desviaciones sólo pueden ser justificadas por situaciones excepcionales que pongan en peligro la cohesión social o la capacidad de desarrollo de la sociedad. Gobernar sin atender al déficit alienta una espiral de ingobernabilidad que sólo genera sufrimiento a quienes menos tienen. Y hacerlo sin prestar atención al endeudamiento público difiere al futuro los problemas que se dice intentar resolver.
Ejercer la disciplina fiscal es una cuestión de prioridades. Es poner el foco en lo esencial y dejar a un lado lo accesorio. Es, por ejemplo, decidir si lo esencial es garantizar una formación de calidad, para los jóvenes y para todos durante toda la vida, u optar por seguir apostando por la propaganda de los megaproyectos insostenibles. Es saber que habrá que buscar financiación para hacer realidad nuestras aspiraciones antes de materializarlas y que esa financiación exige, ante todo, la corresponsabilidad fiscal de la ciudadanía en función de la riqueza de cada ciudadano y la transparencia en la gestión de los responsables públicos.
Estos son principios básicos que cobran especial vigencia en el nuevo tiempo en el que la centralidad del crecimiento mundial está basculando hacia áreas distintas a las que lo han hegemonizado en los últimos dos siglos. Estamos transitando de un mundo polarizado económicamente en las riberas del Atlántico norte a un mundo multipolar con nuevos actores crecientemente empoderados. Hoy, por ejemplo, sólo 2 de los 10 mayores fondos soberanos pertenecen a Estados de la OCDE. Esta es la nueva situación, nos guste o no.
Preservar nuestras políticas de cohesión y progreso social en el mundo que amanece exige de nuevos retos que han de ser suficientemente explicados y compartidos con la ciudadanía… porque “el futuro no es lo que era”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario