Si al Gobierno de Zapatero se le ha atribuido lentitud en el reconocimiento de la radicalidad de la crisis que estalló en 2008 (algún día habrá que releer sosegadamente lo que entonces decían el resto de líderes europeos y las organizaciones supranacionales) y falta de dramatización para acompañar y explicar las medidas de ajuste iniciadas a comienzos de 2010, podremos convenir que lo que ha hecho el Gobierno de Rajoy en estos siete meses ha laminado mortalmente el crédito-país de España y la confianza en el futuro de la ciudadanía.
Rodríguez Zapatero gobernó durante los últimos casi 40 meses de su mandato en la zozobra de una crisis mundial sobrevenida de una virulencia desconocida desde los años 30 del siglo pasado. Fue incapaz de enderezar la nave de nuestra economía y de contribuir a generar empleo pero mantuvo la dignidad de nuestro sistema de protección social y de las políticas de igualación de oportunidades. 40 meses, también, de hostigamiento de los mercados, de indecisión europea, de imposiciones del eje franco-aleman (Merkozy), de renuncias insuficientemente explicadas, de cambios en la respuesta internacional... 40 meses de una oposición feroz, desleal e irresponsable que no supo, o no quiso, comprometerse con la suerte de su país desde la legítima discrepancia con sus gobernantes.
Yo no quiero que España caiga para que caiga este Gobierno, como dijo Montoro en 2010. No, yo quiero, exijo de mi Gobierno dignidad ante los responsables de este desvarío y lealtad con la ciudadanía y un grado de inteligencia suficiente para minimizar los sacrificios que el tiempo que vivimos nos imponen. Tal vez sea mucho pedir, una ingenuidad. Tal vez les importe un bledo lo de la crisis. Tal vez esta tormenta perfecta la vivan ellos como la coartada perfecta, tal vez.
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