La suspensión de militancia del senador popular por León Juan Morano por no respaldar en el Senado las medidas del Gobierno contra las comarcas mineras del carbón pone el foco sobre las dificultades de los partidos sistémicos para pegarse al sentir de la calle. Para mi lo circunstancial en este caso es que se trate del Partido Popular. Lo sustancial es la desafección que este tipo de medidas provoca entre la ciudadanía respecto de los grandes partidos. Resulta muy difícil de explicar que un parlamentario sea represaliado políticamente por defender el sentir mayoritario de aquellos a quienes representa mientras otros sobre los que se acumulan las evidencias delictivas siguen bajo el manto protector de ese mismo partido, por ejemplo. La democracia representativa se fundamenta en la voluntad de la ciudadanía de delegar el ejercicio de su soberanía en el Parlamento. Es una cesión basada en la confianza, en la convicción de que los depositarios de la misma defiendan los intereses generales de los representados. De ahí la fuerza y la vulnerabilidad a un tiempo de nuestro modelo democrático. La quiebra de ese vínculo de confianza conduce al grito indignado del "no nos representan", antesala de la deslegitimación global del sistema. Morano no es el primero ni el Partido Popular el único. Cuando, en una democracia consolidada, los partidos priman la obediencia debida sobre la voluntad del pueblo se asoman más y más al precipicio del descrédito ciudadano. Y en el fondo de ese precipicio sólo yacen las osamentas de quienes creyeron que podían seguir ignorando el sentir de la gente.
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