11 diciembre 2012

Berlusconi

La reaparición en la escena política italiana y europea de Berlusconi al tiempo que los líderes de la Unión recibían el Nobel de La Paz resulta inquietante. Soy de los que piensa que el sueño de la Europa unida puesto en marcha hace más de medio siglo por Schuman y Monet merece el reconocimiento de la Historia, a pesar de que las tinieblas del presente oculten su valor en la construcción de todo aquello por lo que ahora luchamos. Tal vez por eso la antiEuropa, el berlusconismo, ha decidido recobrar su protagonismo. La miseria del personaje y de todo cuanto representa nos devuelve a la evidencia de los males de una Europa enferma. La exaltación del machismo más aberrante y de la xenofobia más insolidaria, la apropiación de lo público por el gran capital sin necesidad de intermediarios, la corrupción sistemática, la bufa perpetua hacia la Justicia y las instituciones democráticas, la incapacidad de las izquierdas para construir alternativas atractivas para la mayoría social, la manipulación sin límite de los medios de comunicación... Berlusconi es el epítome de la deriva que vivimos. Resulta difícil imaginar para un paseante por los patios florentinos que ese pueblo de talento irrepetible pueda haber encumbrado la zafiedad de esa manera. Es verdad que no somos los españoles los más indicados para afear la actitud política de los italianos, pero como europeos debemos rebelarnos. El regreso de Berlusconi supondría un episodio más, y no menor, en el proceso de deconstrucción política y moral de Europa. No podemos resignarnos.


Silvio Berlusconi y George W. Bush en Camp David. Septiembre de 2002.
Wikimedia Commons. Documento en el dominio público

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