Una vez más la Policía ha tenido que sacar a los corruptos de las instituciones que Fabra era incapaz de entregar a la Justicia. El Palau de Les Arts, la joya de la corona gaviota, epicentro megalomaníaco del poder popularista valenciano, sirvió de escenario a un nuevo episodio de la saga policíaca que viene jalonando los últimos años del tiempo de la indecencia. Han pasado muchos años desde que la oposición política comenzará a denunciar las malas prácticas que regían en la dirección del Palau. Ni Camps ni Fabra hicieron nada para abortarlas. Al contrario. Ayer entró la Policía y se llevó a quienes ellos habían dado patente de corso. Ahora, colmo de desvergüenza, vienen a decirnos otra vez que las líneas rojas del fabrismo están ahí para echar a los corruptos. Pero... ¿es posible mayor cara dura? No, no y no. Por mucho que se desgañiten Fabra y sus corifeos. Que no, caramba, que no. Ni uno solo de los corruptos ha sido entregado a la Justicia por el jefe de la banda, ni uno. No hay un solo caso, y mira que los ha habido, que haya sido desactivado y puesto a disposición judicial por esta gente. Ayer el Palau del trencadís fue como nunca metáfora de las décadas de la indecencia: policías, jueces, dirigentes esposados y el espíritu de Calatrava sobrevolando los andamios. Y algunos todavía siguen dudando de dónde se encuentra el enemigo.
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