Puede ser que el gobierno alemán contemple la posibilidad de una Unión Europea sin Grecia. Lo dicen algunos medios teutones, aunque parte de ese gobierno, el SPD, lo niegue. Sea o no así, la cierto es que la Europa unida no puede serlo sin Grecia. Ni la Europa resumida del euro. Más allá del peso económico de ese país en el conjunto de la Unión (en torno al 2 por ciento del PIB total), la salida de Grecia escenificaría de manera incontrovertible el fracaso político del proyecto de integración europeo. Los griegos van a decidir sobre su gobierno en unas semanas. Nadie niega a estas alturas las tremendas responsabilidades de sus élites políticas en el desastre social y económico en el que se ha sumido la sociedad helena. Ni las consecuencias nefastas de la gestión de la quiebra griega por las autoridades europeas. La ciudadanía griega ha de poder elegir sin tutelas su nuevo gobierno, que deberá negociar con realismo un nuevo escenario que permita recuperar las constantes vitales del país dentro de la Unión. Una negociación que exigirá de la misma predisposición al acuerdo por parte de la Comisión Europea y del resto de centros de poder del continente, con imaginación y propósito de enmienda. Grecia sin Europa está condenada a más dolor, sin duda; pero Europa sin Grecia certificará la renuncia al único proyecto válido de futuro para las y los europeos: más Europa, más integrada, más solidaria. Nuestra historia común, que se inició en Grecia, así lo acredita.
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