La estrategia de la Gran Liquidación, de derechos y de dignidades, pasa necesariamente por la generación de un estado de caos que instale el pánico entre la ciudadanía. Nada para provocar la desorientación general como la confusión masiva, el marasmo, las idas y venidas sin concierto, el descrédito de las instituciones básicas para la convivencia. La sociedad entra así en fase de shock, asustada ante la ausencia de certezas y la huída del futuro que adivina tras cada uno de los episodios que desguazan el Estado social. En medio del desconcierto que abruma la decencia el Liquidador alza el dedo acusador contra los jóvenes, contra los viejos, contra los trabajadores, contra las mujeres, contra la política, contra los inmigrantes, contra, contra, contra... Chivos expiatorios, corderos ofrendados, sumideros de responsabilidades ajenas que terminarán por arrastrarnos a todos. Porque la Gran Liquidación se hace en contra de la generalidad, a pesar del pueblo. No es una salida a la crisis: es la destrucción del mundo que conocemos. Y ese mundo, levantado sobre el esfuerzo y el sacrificio, la sangre y la voluntad de millones de personas no merece acabar según la decisión de los liquidadores. Ese, nuestro mundo, precisa de cambios radicales, sí, pero no para ser menos sino para ser más decente; no para ser menos sino más democrático, más justo, más solidario, más corresponsable, más abierto, más libre. Hagámoslo.
"Demand the Beveridge Plan", página de Beveridge on Beveridge: recent speeches of Sir William Beveridge, editado por Joan S Clarke, [1944]. London School of Economics Library |