#fabraincapaz - Me llamó la atención, el pasado fin de semana, el acto de exaltación que se autorregaló Alberto Fabra con motivo de su primer aniversario al frente del PP valenciano. Es habitual que los partidos políticos celebren el aniversario de, pongamos por caso, su acceso al Gobierno o la aprobación de una ley con alta carga simbólica. Más extraño resulta que un partido gobernante haya de celebrar públicamente y con apariencia de estar en estado de gracia el cumplimiento del primer año de liderazgo de su mandamás. Descartando el hecho de que el tal líder tenga una proyección pública arrebatadora y concite la adhesión generalizada del pueblo, que no lo es; descartado también que su gobernación haya sembrado de parabienes y esperanzas el país y que su sola presencia hubiera conjurado la perversidad de la crisis, que tampoco; descartado, por último, que su liderazgo partidario hubiera supuesto la reinvención de la derecha valenciana, con nuevo impulso, nuevas formas, nuevas ideas... Descartado todo eso, el acto de autohomenaje, con fanfarrias, ministros y confetis incluidos, en el momento más difícil del País Valenciano desde hace muchas décadas, sólo se explica por la acuciante necesidad de exhibir liderazgo donde no lo hay, de mostrar unidad donde hay desconcierto, de transmitir confianza donde se ha instalado la tiniebla. No habiendo podido celebrar el segundo aniversario de las elecciones autonómicas de 2011 (que hubiera supuesto oxigenar a Camps, ahora ocultado como apestado por el sanedrín fabrista, al tiempo que recordar al público que Alberto no fue elegido sino ungido) recurrieron a tan intrascendente como ridículo motivo para juntar a la tropa y recordar esplendores pasados.
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