La detención e ingreso en prisión del líder de la ultraderechista Aurora Dorada griega pone el foco en la imprescindible reacción de las democracias frente a los populismos neofascistas que recorren la vieja Europa al socaire de la crisis social que sufrimos. La creciente fuerza electoral del radicalismo derechista en todo el continente y la sensación de impunidad instalada entre sus cabecillas debe ser combatida con todo el rigor que quepa dentro del Estado democrático, en defensa de un sistema de convivencia que es incompatible con la pujanza de quienes quieren aniquilarlo. Pero se cometería un error de bulto si restringiéramos al ámbito del Derecho la respuesta contra la violencia ultra. La descomposición de nuestro modelo de protección social víctima del austericidio, las contradicciones abonadas por el propio sistema y sus dificultades para adaptarse a los profundos cambios demográficos y sociales que vivimos, la relajación manifiesta de la pedagogía democrática y la quiebra de confianza institucional o la percepción ciudadana de la incapacidad de la Unión para garantizar el bienestar de las clases populares anidan, entre otros factores, en el cúmulo de vectores que alimentan a la bestia. Actuemos contra ellos con toda la fuerza de la Ley, por supuesto, sin contemporizaciones suicidas. Mas no olvidemos que el aliento que vigoriza al fascismo se encuentra entre millones de ciudadanos y ciudadanas que se sienten excluidos del sistema. Nada nuevo, pero bueno es recordarlo.
PD: en nada ayuda, aunque algunos piensen lo contrario, las manifestaciones de ciertos prohombres del socialismo francés anatemizando a determinadas minorías étnicas. Miradas de corto alcance.
Thomas Neumann. Calles con emblemas nazis en Berlín, el Día del Trabajo de 1937. Riksarkivet (National Archives of Norway), vía Flickr. Sin restricciones conocidas de derechos de autor |
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