Tal vez el cataclismo Pujol no haya cogido por sorpresa a Artur Mas, crecido personal y políticamente al amparo del patriarca. Tal vez las continuadas idas y venidas de los Pujol Ferrusola a los juzgados y alguna que otra información que a buen seguro obrará en su poder hicieran temer al president catalán que las cosas ocurrieran como han ocurrido. Lo que es incuestionable es que el terremoto político y social provocado por las andanzas pestilentes del otrora todopoderoso clan ponen a Mas en una muy difícil situación para seguir liderando la deriva independentista de parte de la sociedad catalana. Hoy, es claro, llega el Molt Honorable a la tan esperada entrevista con Rajoy en La Moncloa tremendamente debilitado bajo la oscuridad de la sombra proyectada por la gran familia. Pero se equivocaría gravemente el presidente del Gobierno si pretendiera dar continuidad a su inmovilismo en relación con la crisis catalana a la vista de la debilidad de su interlocutor. Esta no es una cuestión sólo de legalidad; es un asunto que atañe a los sentimientos, a la voluntad, a la percepción que tienen muchos catalanes respecto de su relación con el resto de España. Porque la crisis catalana es la crisis del Estado y no se resolverá esperando a que escampe o jugando al tacticismo de corto vuelo. Es imperativo buscar y encontrar salidas que no pueden taponarse desde el fetichismo constitucional ni el empecinamiento rupturista. La España federal espera su oportunidad para romper los muros que unos y otros se han empeñado en levantar.
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