10 septiembre 2012

Cohesión y competitividad

La profundidad del abismo que la crisis ha abierto en nuestra economía ha establecido que las decisiones tomadas por los poderes públicos, las empresas y la ciudadanía se valoricen exclusivamente por su eficacia económica. Son buenas, se dice, si generan más ahorro, mejor productividad o mayor competitividad. Y es verdad que esa es una vertiente capital a la hora de afrontar los retos que tenemos por delante. Pero no lo es menos que la liquidación del Estado social derivada de la unilateralidad de esa doctrina acabará por arruinar toda perspectiva de progreso futuro. La cohesión social ha sido la principal ventaja competitiva de Europa durante décadas, la que ha garantizado una razonable igualdad de oportunidades para la mayor parte de la población y la que ha posibilitado el más prolongado periodo de estabilidad en nuestro continente. Esa cohesión, conquistada al amparo de un Estado redistribuidor de riqueza que ha proveído de bienestar a la ciudadanía, sigue siendo nuestro más valioso factor de competitividad en un mundo del que ya no somos la referencia dominante y en el que diversos modelos de desarrollo pugnan por establecer nuevas hegemonías. El Estado social europeo ha de encontrar otros mecanismos redistributivos, nuevas fronteras, nuevas soluciones sí, pero no puede entrar en la memoria perdida de la historia. Nuestro Estado del bienestar ha sido eficaz en la redistribución de la riqueza; ahora ha se serlo también, y de forma perentoria, en la redistribución del conocimiento y de la participación política. Eso nos hará más fuertes frente a nuestros competidores y garantizará más bienestar a nuestros pueblos. Su liquidación nos hará irrelevantes en el nuevo mundo y sembrará de dolor nuestra sociedad.

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