Pongamos que se llama Fran. Fran es un niño que recién ha empezado sus estudios de secundaria en un instituto público. Un muchacho normal, con una inteligencia normal. Vive desde muy pequeño con su madre en una familia monoparental que nunca ha recibido renta alguna del padre. La madre de Fran tiene una enfermedad crónica y está en paro desde los primeros años de la crisis. Acaba de cobrar la última mensualidad de la última ayuda pública a que tenía derecho. Hasta ahora habían podido hacer frente, con muchísima dificultad, a los gastos de alquiler, electricidad, agua... Ya no. Están empezando a embalar la vida que han conocido hasta ahora. Se mudan al pequeño piso de alquiler de la abuela de Fran. Lágrimas de frustración, de impotencia. Los tres se acomodarán. La pensión de la abuela se estirará todavía más, tras años de ayudas cómplices que no han podido evitar el naufragio final. No llegará para todo, pero llegará. Al fondo, Fran oye sin escuchar las voces del telediario. Dicen algo así como que las cosas vuelven a ir a mejor y un tal Montoro saluda el tiempo en que España vuelve a asombrar al mundo. El muchacho levanta la vista del cuaderno de ejercicios y mira su vida y la de su madre metidas en cajas destartaladas dispuestas para la mudanza. Suspira, apenas murmura un quejido. Y vuelve al cuaderno. Fran, y muchos y muchas como él, han de ser nuestra principal preocupación como sociedad. No consentir que miles y miles de niños y niñas entre nosotros vean determinada su vida por las condiciones socioeconómicas de sus familias. Esta sociedad será lo que hagamos ahora con ellos.
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