"La esencia de la democracia es el respeto a la ley... La esencia de la democracia es que todo, incluídos los parlamentos y los gobiernos, tienen que atenerse a las normas. Ser demócrata implica aceptar esta obediencia a la ley." Hace apenas unos días pronunciaba estas palabras Mariano Rajoy en el Congreso a cuenta del debate sobre el referéndum catalán. Lo hacía con solemnidad. El jueves Luis Bárcenas volvió a decir ante el juez Ruz que entregó con su mano sobresueldos al presidente, a Cospedal y a otros muchos. Dijo que los secretarios generales del PP fueron conocedores, uno tras otro, de todo. Y dijo mucho más. Dijo que toda la organización, "en todas las provincias y regiones" se había financiado con dinero negro en las campañas electorales. Luis del Gran Poder es un sinvergüenza especialmente cualificado, sin duda. Pero es evidente que su relato sobre la forma de actuar del PP es perfectamente coherente con lo que sabemos e intuimos con sólo ojear el horizonte. Aquí, en el País Valenciano, lo sabemos bien. De forma sistemática, una tras otras, acudieron a las elecciones presumiblemente dopados hasta las cejas... No había plaza de toros ni flota de autobuses que se les resistiera, ni festejos, ni pancartas... ni vituallas para el personal. Una gran maquinaria, decían los medios, un partido ejemplar frente al panchovillismo de la oposición, decían los creadores de opinión. Y tanto. Estos también lo sabían. Y Fabra... ¿sabía algo Fabra, Alberto, de todo esto? "La esencia de la democracia es el respeto a la ley" asertaba con razón Mariano. Por eso nada de cuanto dice o hace tiene ya valor. Cinismo del puro.
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