Cuando Mariano Rajoy nombró a Ana Mato ministra de su Gobierno sabía ya de las andanzas gurtelianas de esta mujer y su ex marido. Hacía un par de años que el nombre de Mato aparecía involucrado con la mafia genovesa. Del mismo modo que sabía de la catadura moral de Carlos Fabra cuando dijo de él que era "un ciudadano ejemplar" o de las debilidades de Francisco Camps cuando espetó aquello de "Paco estaré siempre a tu lado, o delante o detrás". Lo sabía y no hizo nada para evitar que el estiércol siguiera fermentando bajo sus pies. Ahora sabemos de las ataduras que le impedían cortar amarras y soltar lastre para abandonar el cenagal en que él y los suyos habían convertido su partido. Lo de menos eran esas pequeñas "cosas" (palabra favorita del jefe de la derecha), lo de más llegar lo antes posible al Gobierno y acumular cuanto más poder mejor para emprender su misión histórica: la Gran Liquidación. Y en estas estamos, Mato perdida en la maraña de embustes que ella misma urdió para salvarse de la Gürtel, Fabra a punto de ser juzgado por cohecho, tráfico de influencias y delito fiscal, y Camps... Camps a lo suyo, esperando la vuelta del Papa. Y Mariano liquidando los derechos de la gente y la dignidad de la democracia. El problema, su problema y el de todos, es que él mismo se consume en la liquidación. ¡Ay Mariano, de señor de los hilillos a muerto viviente en La Moncloa! Ya se sabe, quien mal anda, mal acaba.
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