#15J #europasocial Escuché ayer en un informativo televisivo que miles de manifestantes habían tomado las calles de numerosas ciudades españolas para exigir un giro social en las políticas europeas y en contra del austericidio troiquista. Habíendo estado yo entre esos "miles de personas que habían tomado las calles de las ciudades españolas", reconozco que me sorprendió el entusiasmo del reportaje. Desde luego poco tenía que ver con lo que yo acababa de vivir; más bien nada. Las izquierdas no deben caer en el error, que en esta coyuntura sería mortal, de confundir el deseo con la realidad. Es cierto que la derecha en el poder está sufriendo un desgaste notable, por la acumulación sin fin de tramas de corrupción, por la evidencia de su engaño masivo en relación con la crisis y por su apuesta declarada por una salida antisocial a la misma. Es verdad, y eso tendrá traslación electoral, sin duda. Pero no podemos obviar que junto a los muchos cabreados e indignados hay otros resignados, y muchos otros también que están alejados de preocupaciones sociales y de exigencias solidarias y que confían en salidas individualistas a la crisis. Y otros que, simplemente, creen que son necesarias otras políticas, distintas a las de la derecha y diferentes, también, al abc de la izquierda clásica. Y conviene no olvidar aquella enseñanza esencial de Marx: el sometimiento de la filsofía, de la teoría al principio de la realidad. Construir una falsa realidad para sostener la teoría es tan torpe a esas alturas como justificar la renuncia a los objetivos de progreso en razón a la realidad que nos describen los medios de comunicación. La alternativa de la izquierda a las políticas de la liquidación sólo puede ser la alternativa de la verdad, del rigor y del compromiso íntegro con la realidad. La fabulación podrá servir para obtener un rédito cortoplacista, pero nunca para consolidar el cambio real, radical y sostenido que precisa el tiempo que vivimos. Alterar el rumbo que ha tomado la sociedad europea y el poder en Europa no va a ser fácil, ni mucho menos. Y no sólo por la resistencia de los poderosos, sino también por la aversión al cambio de muchos sectores populares. No lo perdamos de vista, porque en democracia la ciudadanía vota, y no siempre lo que la teoría dice que debe votar.
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