Dice la dirección del Fondo Monetario Internacional que con Grecia se les fue la mano. Que las exigencias que planteó la troika para la concesión del primer rescate han resultado contraproducentes por exceso. Lo dicen cuando la sociedad griega ha entrado en coma, desangrada por la orgía austericida que ha condenado a la miseria, al desempleo y a la pérdida de derechos básicos a la mayoría de la población. ¿Y ahora, ahora qué? ¿Qué pasará cuando los dirigentes europeos reconozcan que las políticas liquidacionistas sólo han beneficiado a las élites económicofinancieras que dominan el mercado? ¿Qué quedará entonces de nuestro modelo social, de la más importante ventaja competitiva que tenemos los europeos para prosperar en el mundo multipolar que amanece? El reconocimiento del FMI respecto de Grecia, del daño y el dolor provocado a las personas por el fundamentalismo de la deuda, es un episodio más de la historia de una idea peligrosa. Aquella que ha puesto en el centro de las políticas públicas los números y ha expulsado a la ciudadanía. Algo no va bien, decía Tony Judt en su celebérrimo ensayo. Algo va muy mal cuando el futuro de Europa se está escribiendo contra el pueblo de Europa, contra la gente, contra sus derechos y sus proyectos legítimos de vida, sin dar ninguna explicación que nos haga entender por qué nuestro mundo se diluye bajo nuestros pies. Los huevos de la serpiente de la insolidaridad, del antieuropeismo, del fascismo están siendo incubados con el calor de millones de cuerpos extenuados, yacentes sobre el solar que anhelan los liquidacionistas. Cuando la virtud de la austeridad se convierte en el vicio del austericidio, sí, lo que va mal acabará yendo mucho peor.
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