Un puñetazo en la mesa. Eso es lo que pretende hacer ver el president Fabra con la remodelación de la estructura de poder de Presidencia aprobada el pasado viernes por el Gobierno valenciano. Un gesto de autoridad, podría parecer, para concentrar más poder en el entorno del president y establecer un cinturón sanitario de la "máxima confianza" a su alrededor que aminore la exposición de Fabra a tanta turbulencia. Tal vez eso sea así. Tal vez el Molt Honorable se sienta desbordado por la tozudez de una realidad que no deja un instante de aliento y que le supera cada día. Vuelve a la estrategia del cinturón sanitario que ya impusiera Camps. No hay semana que no se acumulen nuevas noticias demoledoras sobre la gestión gaviota de la Generalitat, sobre la incapacidad de sus dirigentes o sobre la voracidad pantagruélica del gen corrupto del popularismo rampante. No hay día sin desazón, ni acto sin contestación en la calle, ni colectivo ciudadano que no se subleve ante tanta indignidad. El bipresidente, del País y del PPCV, no da abasto, ni en lo uno ni en lo otro. No creo, sin embargo, que esa piña de lealtades y fidelidades personales que Fabra quiere en el Palau de la Generalitat pueda taponar la hemorragia interminable que está vaciando sus arterias políticas. No creo tampoco que sea bueno para él desairar al único miembro de su Gobierno con cierto nivel político, el vicepresidente Císcar, a quien ha restado poder sin mediar palabras previas. En fin, pura anécdota, fuego de distracción. Seguirán los días aciagos en el palacio de la plaza de Manises. Ni ha sabido, ni ha podido, ni ha querido su inquilino escapar de las tinieblas con las que él y sus amigos han oscurecido la vida pública valenciana. No hay piñas ni piñatas que valgan.
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