26 junio 2014

Democracia y ejemplaridad

La democracia juega su vitalidad en el campo de la ejemplaridad de la vida pública. Si en los regímenes autoritarios el valor de legitimación supremo es la eficacia y a él se supedita el resto, el rigor en el cumplimiento de las normas de convivencia por parte de los responsables públicos es la argamasa que legítima el Estado democrático. No es sostenible este sin aquel. Una democracia real, esencial sólo puede serlo sí quienes son mandatados por la comunidad para representarla en las instituciones políticas, económicas y sociales se aplican a diario en la pedagogía del cumplimiento de la Ley y del respeto a los valores éticos y estéticos que definen ese sistema de valores. Cuando ese mandato es defraudado por el incumplimiento de esa exigencia las normas de convivencia se deterioran abriendo una brecha de confianza entre la institucionalidad y la ciudadanía que acaba por quebrar el núcleo mismo de la democracia. No es asunto sólo de legalidad, que también; es cuestión de percepciones, de sensaciones, de cómo vive y entiende la gente lo que ocurre. Cuando muchos sufren el dolor de la indignidad, de la desigualdad, de la violencia sistémica, la falta de ejemplaridad entre quienes a ella vienen obligados, la ausencia de explicaciones convincentes y de decisiones contundentes abonan el campo del descrédito que envilece la vida democrática. No son todos, ni siquiera son la mayoría, no, pero son los suficientes para que la ciudadanía exprese a gritos las razones de su hartazgo. Si nadie escucha otros hablarán.

Filippo Balbi: Testa anatomica. 1854. Wellcome Library. Vía The Public Domain Review.
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