El 23 de febrero de 2009 dimitía el entonces ministro de Justicia, Mariano Fernández Bermejo, por participar en una cacería en Andalucía sin contar con la licencia pertinente en esa Comunidad. Coincidió en ella con Baltasar Garzón, que acababa de poner en marcha la investigación judicial sobre Gürtel, procedimiento que terminaría por expulsarle de la judicatura. Ambos fueron víctimas de los habituales aquelarres organizados por el PP contra quien, ya entonces, osara siquiera merodear lo que hemos terminado por conocer como la trama mafiosa que ha alimentado la panza de la bestia. Ayer Gallardón (el de la reforma clasista de la Justica, el antiabortista recalcitrante) pasaba silbando por encima de las preguntas de la prensa sobre la tocata y fuga de su hijo por las calles de Madrid. Decía, el tipo, que con lo de la abdicación de Juan Carlos y la proclamación de Felipe no había lugar para asuntos terrenales como la huída del vástago manos al volante. Gallardón, Aguirre, Miguel Ángel Rodríguez... Esta gente son un peligro, un peligro total. Es más, me da que les gusta airear estas cosas para que nos enteremos de que son impunes. Para que nadie dude, por despiste, de quién manda en España. Me decía un amigo, ayer, que aquí nadie dimite en la política; que en Alemania Gallardón iba a durar un almuerzo. Y le recordé yo lo de Bermejo: porque estamos acostumbrándonos a convertir en categoría general lo que es la forma de vivir la política de esta gente.
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