Después de casi una década de engaños, simulaciones y esperpentos varios parece que Fabra ha decidido echar el cierre a uno de sus proyectos estrella en Castelló de la Plana. La Ciudad de las Lenguas ha pasado a mejor vida sin haber nacido siquiera. Un aborto que ha costado cientos de miles de euros al erario público en forma de papeles grotescos y sueldos astronómicos para la nada. Un proyecto personalísimo de Alberto Fabra engendrado para recolocar a su antecesor en la capital de La Plana, José Luis Gimeno, desalojado en 2005 de la alcaldía para dar paso al hoy president de la Generalitat. Y un proyecto, más, de pura y dura especulación urbanística edulcorado con la falsa apariencia de una propuesta orientada al turismo cultural e idiomático. Sabían desde hace años, como se les dijo desde la oposición municipal, que eran fuegos de artificio, un sumidero de gasto público sin sentido carente de toda razón. Pero siguieron, Fabra y su sucesor Alfonso Bataller, empecinados en sostener la ficción y las nóminas para mantener agradecidos ciertos estómagos. Llegaron en su despropósito a culpar al Gobierno de España, en tiempos de Zapatero, de torpedear la viabilidad de la nada; un clásico en esta tierra de irresponsabilidades contumaces que tan grandes recompensas obtuvieron de un electorado distraído con el pan y circo gaviota. Ahora, casi diez años después, ya no tienen caja para seguir con el embuste. Ni un ladrillo, ni una palabra, ni una lengua. Sólo estómagos agradecidos. Esto es el fabrismo.
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