El juez instructor del caso Fabra ha pedido amparo al Consejo General del Poder Judicial por lo que considera presiones de la sección primera de la Audiencia Provincial de Castellón para que sobresea la causa por cohecho contra el jefe de la derecha castellonense. Es el último episodio del tormentoso recorrido judicial de las andanzas de Carlos Fabra. Habrá que ver si la grave acusación del juez Jacobo Pin es demostrable. En todo caso diré lo que he dicho en reiteradas ocasiones: lo peor de todo esto no es la figura anacrónica de Fabra, autoproclamado conseguidor perpetuo de las bonanzas patrias; lo peor, digo, es el fabrismo, ese entramado clientelar de favores y favorecidos, de gentes mediatizadas por la voluntad caprichosa del patrón, de cargos públicos melifluos entregados a la causa de quien decidió hacerles partícipes de las migajas del festín. Esa estructura de poder institucional, económico y social que ha teñido de gris la vida pública, y a menudo privada, de Castellón. Un entramado digno del más rancio caciquismo decimonónico que ha cercenado la modernización política e institucional de nuestra tierra bajo el peso de la arbitrariedad y de la imposición de quienes decían defenderla y que acabaron por defender sólo sus intereses y los de su jefe. El caso Fabra debe terminar ya, de una vez, su trance judicial; pero, por encima de todo, lo que debe desaparecer es el fabrismo. Es condición imprescindible para que los ciudadanos y las ciudadanas de Castellón recobren su dignidad y estén en disposición de encontrar el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario