Hace unos meses nos decían que muerto Zapatero y reinante Rajoy se restablecería la confianza en España y se acabaría nuestra desgracia. Después nos dijeron que había que sangrar lo público para que así fuera. Hace una semana el presidente declaraba ufano que el rescate bancario (que dijo haber impueso a Europa) nos haría de fiar ante el mundo y llegaría la salvación. Hace tres días la fiesta iba a llegar tras las elecciones griegas. ¿Cuánto tiempo más ha de pasar, y cuánto sufrimiento, para que la derecha europea y española se convenzan de que están aplicando la terapia equivocada? ¿Cuántos parados más, cuántas empresas quebradas? Hay que adecuar el Estado del bienestar a las nuevas circunstancias históricas, sin duda. Hay que ajustar las finanzas públicas a nuestras posibilidades, también. Pero es imperativo impulsar políticas de estímulo, planes de crecimiento para reactivar nuestra economía. Y no para volver a lo de antes, que no volverá. Sino para propiciar el alumbramiento de un nuevo modelo que, sin perder el carácter social de Europa, restablezca nuestra competitividad y nuestra capacidad para generar futuro en un mundo cada vez más complejo. Europa se desangra. No la dejemos morir.
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