No quiero ser pesado pero he de retomar mi comentario de ayer sobre el daño que se está causando a la democracia por parte del partido gobernante. Esperanza Aguirre ha dicho que el Tribunal Constitucional es prescindible, que en tiempos de recortes bien estaría liquidarlo para acabar con esa panda de políticuchos vestidos con toga que allí anida. Lo dijo ayer en respuesta a la sentencia legalizatoria de Sortu. Sabe la jefa de la derecha madrileña que tiene un nicho electoral tras sus proclamas populistas. Sabe que hay ciudadanos y ciudadanas atemorizados por la crisis dispuestos a escuchar el grito de ¡Muera la política! Y lo hace a sabiendas del coste demoledor que sus palabras tienen, día sí día también, para las instituciones democráticas. Hace unas semanas dijo que le sobraba medio Parlamento madrileño; ayer le sobraba el Constitucional. Es una estrategia bien meditada, no son meras ocurrencias. Ella lo dice mientras otros lo piensan. El mayor de los éxitos de los mercados, de los poderosos, de los que todo tienen y nada reparten sería quebrar nuestra democracia, acabar con aquello por lo que tanto hemos luchado. Por eso los progresistas debemos conjurarnos para decirles que no pasarán. Y para expulsar de las instituciones a quienes a ellas llegaron, desde unos u otros partidos, con afán de lucro personal. Da igual que ese afán sea para gozar de fines de semana caribeños, repartir clientelarmente el dinero de los EREs o financiar irregularmente una campaña electoral. No podemos permitirlo, porque es eso precisamente lo que esperan los enemigos de la libertad travestidos de libertadores para acabar con la democracia. Ayer, mi amigo Alfonso Iturralde, decía aquí que los ciudadanos deben lanzar un grito de silencio contra lo que pasa. Sí, hagámoslo Alfonso, pero sepamos que es la muerte de la política el trofeo que quieren poner en el altar de los poderosos. ¡Ya está bien!
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