Liderazgo, decía el otro día Felipe González, es hacerse cargo del estado de ánimo de los demás. La empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de tomar decisiones compartiendo miradas. Porque liderar no es mandar, como gobernar en democracia no es imponer. Necesitamos ya, así en España como en el País Valenciano y en Europa, de nuevas formas de ejercer el gobierno de los intereses públicos. Una nueva manera de concertar voluntades, de aunar esfuerzos y de hacer creíble la política para la gente. Un liderazgo para el progreso, que reste poder a los poderosos y empodere a la ciudadanía. Un liderazgo que sepa imaginar, que nos permita soñar sin perder el pulso de la realidad, que sea sincero y abomine del populismo. Un verdadero rescate democrático, como decía ayer Ximo Puig, que ponga las instituciones y la política al servicio de la mayoría social. Eso es lo que necesitamos también, y especialmente, para recobrar el pulso de la economía y de la creación de empleo. Ese es el principal reto que tenemos por delante.
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