El 5 de julio de 1991 Rita Barberá era elegida alcaldesa de Valencia. El PSPV, con Clementina Ródenas a la cabeza, había ganado las elecciones de mayo con el 37 por ciento de los votos y 13 concejales; el PP de Barberá había perdido con 12 puntos menos y 9 regidores. Los popularistas negociaron con los ocho concejales regionalistas de González Lizondo y ahormaron una mayoría alternativa que representaba al 47 por ciento de los votantes y sumaba 17 concejalías. La derecha unida contaba con más fuerza electoral que la izquierda, pues los dos concejales de Izquierda Unida sumados a los socialistas no alcanzaban la mayoría. Y punto. El Ayuntamiento de Valencia se convirtió, con Barberá y Lizondo al frente, en la plataforma que preparó el triunfo de Zaplana en las autonómicas de 1995. El "pacto del pollo" entre las derechas zaplanista y lizondista cimentaron lo que vino después, los largos y funestos años de la indecencia. Ahora Barberá y Fabra no quieren oír hablar de pactos postelectorales. Ahora, quienes llegaron al poder absoluto como consecuencia de ellos dicen que son un fraude a la voluntad de la mayoría. Ahora quieren cambiar las reglas del juego ocho meses antes de las elecciones para seguir mutilando la democracia hasta hacerla irreconocible. Porque les importa un carajo la democracia y la voluntad popular; sólo les importa el perpetuarse en el poder para continuar con el saqueo y la liquidación de lo público. Y la guinda: ayer la portavoz de Fabra apoyó la propuesta de Barberá de extender el estado de excepción electoral que pretenden a las elecciones autonómicas. Sólo una sugerencia, por sí no habían caído en la cuenta: lo de las elecciones es un engorro, un gasto superfluo y un riesgo innecesario; atrévanse y elimínenlas por decreto. Un poco de barullo al principio pero luego todo será más fácil. ¡Qué miseria!
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