Ayer sentí, una vez más, un bochorno profundo, de rabia y vergüenza al ver junto a mi hija en televisión las imágenes sobre lo ocurrido en Tordesillas durante el lanceo al #ToroDeLaVega. Por supuesto, por la tortura a la que se somete al animal entre el regocijo del personal. Indignante. Pero sobre todo por el embrutecimiento de esa multitud, hombres, mujeres, jóvenes y ancianos enloquecidos contra el mundo. Mientras unos lancean al toro otros apedrean, insultan, patean... a quienes denuncian una tradición que no debiera tener cabida en nuestra sociedad. Esa ira desbordada, esas caras desencajadas, esos gestos amenazantes. Estoy convencido de que no todos los tordesillanos participan de esas actitudes y de que muchos allí sentirán vergüenza por todo esto. Imagino que algo dirán, aunque viendo cómo se emplean con los disidentes los partidarios de la matanza no sé cómo les irá. La violencia iracunda que cada año por estas fechas se adueña de ese festejo es inaceptable. Es contraria a la razón y a la decencia. Por muy tradicional que sea.
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