Llegará un día en este país en el que quienes callan y miran para otro lado o aquellos que se amparan en el "todos son iguales" lamentarán haber permitido la degradación sin fin de la democracia que está propiciando la mayoría gobernante. Llegará ese día de lamentos y sollozos colectivos ante al abismo del precipicio por no haber puesto pie en pared ante el avance de la desvergüenza, la arbitrariedad y el desprecio por el interés general. Los pirómanos anidan en el corazón de nuestro sistema democrático con el afán declarado de liquidarlo para dar paso a un régimen de voluntades secuestradas y voces acalladas en el que medrar a costa del infortunio del pueblo. La continuidad del actual presidente del Tribunal Constitucional en ese cargo de capital importancia para preservar la reputación del sistema, acreditada su militancia activa en el partido del Emplasmado, es una más de las muchas evidencias del desguace institucional emprendido por la derecha. Y la pusilanimidad de la mayoría de los miembros del alto tribunal al darle cobertura ante la avalancha de recusaciones que tal desafuero ha provocado y provocará no hace más que confirmarlo. Porque necesitamos empleo y reactivar nuestra economía, sí, pero eso no llegará y, desde luego, no llegará en interés de la mayoría social mientras continúe el descenso de la democracia a los infiernos del descrédito. Ninguno de los grandísimos retos que tenemos por delante, ya sean de orden territorial, económico o social, serán resueltos sin el reforzamiento de la legitimidad democrática de quienes deben liderar la búsqueda e implementación de las soluciones. Y ese, es manifiesto, no es el camino por el que transitamos.
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