Tuve el privilegio de conocer a Luis Montes hace unos años con motivo de una conferencia ofrecida por el médico en Castellón. Hacía ya tiempo que había comenzado la cacería contra Montes y sus compañeros del hospital Severo Ochoa puesta en marcha por el Gobierno de Esperanza Aguirre e Ignacio González en Madrid. De él dijeron que era el "doctor Muerte". Corría el año 2005. Ni rastro de la crisis. Años de bonanza, de vino y rosas. Pero ya entonces Aguirre había encargado a Manuel Lamela la voladura del sistema sanitario público madrileño para ponerla en manos amigas. Lamela, el capataz de la liquidación, se ensañó desde el primer momento contra los sanitarios del Severo, a los que denunció por "mala práxis médica". Se había iniciado ya la solución final contra la sanidad pública y había que desacreditar a diestro y siniestro para estrangularla. Ahora hemos sabido que el capataz de Aguirre es socio en una de las empresas beneficiadas por la privatización que él mismo impulsó. Como Güemes, otro liquidador beneficiado, Lamela sacó tajada. En enero de 2007, la Audiencia de Madrid archivó la denuncia. Montes y sus compañeros y compañeras siguen trabajando con dignidad al servicio de la sociedad. Y los Lamela, los Güemes y tantos otros siguen sembrando de misera moral e indignidad nuestro país. ¡Qué asco!
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