Lo relevante del episodio de los bólidos corriendo sin despegar del aeropuerto de Vilanova-Benlloch no es el hecho en sí del uso impropio de esas instalaciones. Esto, a estas alturas, tendría un carácter anecdótico que no iría más allá de servir de alimento a la chanza nacional e internacional sobre el aeropuerto castellonense. Lo realmente grave del asunto está en lo que evidencia respecto de la forma de conducir la cosa pública que se lleva en esta tierra. Cuando el PSPV clama por otras maneras de gobernar se refiere precisamente a acabar con el oscurantismo y la arbitrariedad que rige la acción de los gobernantes castellonenses y valencianos en general desde hace lustros. Esa cultura del favor discrecional a los amigos, de la opacidad, de la confusión sistemática entre lo público y lo privado, del reino de lo imprevisible. ¿Cómo es posible que el Consell de la Generalitat, propietaria del aeropuerto, se haya enterado del tema a raíz de la denuncia hecha por los parlamentarios socialistas? Es una pregunta retórica, ya lo sé, conociendo del desgobierno de unos y de la personalidad de otros. Pero si es cierto que se está negociando la venta de la infraestructura no parece lo más recomendable trasladar a los hipotéticos interesados esta imagen de sainete perpetuo. Así, la losa del descrédito seguirá asfixiándonos.
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