La comparecencia, el próximo día 12, de Mario Draghi ante el Congreso de los Diputados a puerta cerrada, sin luz ni taquígrafos, abunda en la sensación tan extendida entre la ciudadanía de la lejanía de las instituciones europeas. Que el máximo responsable del Banco Central Europeo, nuestro banco central, imponga las condiciones de su intervención en el Congreso y que lo haga de esa manera no ayuda al imperativo restablecimiento de la confianza entre los ciudadanos y el proyecto político europeo. Entiendo que haya cuestiones sensibles respecto de las que deba mantenerse discreción pero hurtar al pueblo el conocimiento directo de lo que Draghi deba decir ante sus señorías es una mala decisión. Las políticas monetarias promovidas desde el BCE tienen incidencia directa sobre nuestra vida cotidiana y están en el sustrato del economicismo antisocial impuesto por las élites europeas. No es de recibo, pues, que quien tanto tiene que ver con lo que nos pasa imponga de ese modo la oscuridad informativa en la sede de nuestra soberanía. La aversión que hoy produce mucho de cuanto viene de los centros de decisión europeos está derivando en eurofobia galopante. Y eso, la quiebra por la base del sueño de la Europa unida, es lo peor que nos puede pasar si realmente queremos salir del agujero cósmico en que nos encontramos.
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